
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Narcisistas sin fronteras
¡Ojú! A esta interjección coloquial, tan andaluza, se ajustaba el habla de los jerezanos de los primeros días del mes de agosto de 1946. La canícula derramó a conciencia los chorros de su furor. La climatología se metamorfoseó en diabólico fuego. Todo nuevo bajo el sol: la asfixia de la temperatura con picos inacostumbrados. El 5 de agosto Jerez soportó 45,6 grados de temperatura. Ídem 24 horas más tarde. El 6 de agosto todo quisque se hacía lenguas de este imperativo abrasador. El aire era llama. El oxígeno quemaba. El periodista y cofrade Manuel Martínez Arce comentaba que esas fechas de aúpa, en cuanto a la climatología se refiere, había que tomarlas -como los calamares- en su salsa. Santo Domingo de Guzmán y Nuestra Señora de las Nieves proveerían. Con todo y con eso, los jerezanos, como vía de escape, siquiera argumental, repetían aquello tan socorrido de “quien no se consuela es porque no quiere”, habida cuenta los vecinos sevillanos aguantaron en la capital hispalense nada menos que 56,6 grados. Nunca un oasis tuvo tantas trazas infernales. En efecto, según continuó comentando -ante tales cifras- Martínez Arce, “dejar los sesos a la intemperie es exponerlos a su licuación, como cualquier inconsistente manteca”.
Los jerezanos escapaban -con los escasos medios a su alcance, tanto de transporte como económicos- a las playas más cercanas. No sólo aquellos que huían despavoridos a la caza y captura de la brisa marina sino a su vez quienes -a la fuerza, ahorcan- optaron por permanecer Jerez adentro, no cesaron de cargar en ristre jugosos melones, sandías frescas y botijos a granel. Las calles centrales de la ciudad presentaron una panorámica desértica. Las noches sin embargo cuajaron otra escenificación: los vecinos se echaban a la calle en busca de la fresquita. Si acudían a los espectáculos programados por la oferta cultural, el personal buscaba los recintos al aire libre. Los cines -de verano o no- se llevaban la palma. El cine Santo Domingo proyectaba “el impresionante drama”, con interpretación de Robert Montgomery, ‘Al caer la noche’. La Sociedad Jerezana de Tiro anotaba triunfos en el Puerto de Santa María.
La Academia Brújula, de extensión nacional, seducía con una publicidad un tanto pintoresca: “¿Sabe usted silbar? Tan fácil como el silbar le será hacerse contable. Pero… sólo será fácilmente contable con el método único, original, que le ofrecemos para que usted sea pronto de los mejores contables”. El mejor material para techar: ‘Pizarrita’ -tubería y depósitos-, sita en calle Ramón y Cajal 9. Juan Luis García-Pelayo, con oficinas en calle Aviador Durán González 19, desempeñaba la subdirección local de la compañía española de seguros ‘Aurora’. Insecticidas Orión exterminaban los insectos del hogar. Domingo Fernández -sede social en Plaza León XIII, 3- era el agente en Jerez de la empresa de transportes y vagones particulares ‘Transobe S. L’ (garantizaba máxima rapidez a todos los puntos de España). Los mejores jabones de tocador se adquirirían en la droguería de la calle Arcos, 15. En la Plaza Peones, 9: Rafael Flores vendía azulejos, tuberías y cañizos.
De su finca ‘El carrascal’, de Trujillo, regresaron los señores de Zurita Izquierdo (Álvaro) y su hija Matilde. Igualmente de Madrid los señores Paz Varela (Arturo). Y, de Granada, los señores de Guerrero Lassaletta, (don José Luis). Y, de Madrid, tras aprobar el cursillo de maestras del Instituto de Colonización, María Luisa Barroso. El 3 de agosto dio comienzo en la iglesia del Carmen Coronada la solemne novena a San Alberto de Sicilia. La comunidad en pleno se trasladó a la sacristía, terminado el ejercicio, para ser bendecida por el prior, con el ceremonial de rúbrica, el agua milagrosa del santo.
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