Jerez: letras de luto por Carmen Femenia, Jesús Medina y Bernardo Linares

Pie de foto: Félix Sollero junto a su esposa Carmen Femenia.
Félix Sollero junto a su esposa Carmen Femenia.

09 de diciembre 2024 - 02:13

Ha callado el silencio. Se despepita la matriz de otra retrospectiva. Los recuerdos no ruedan como perlas de carbón. Una emoción viste de negro. La tristeza avanza cinco casillas. La vida, ahora, no es cortina que se descorre sino persiana entornada. La señora de la guadaña, moño cano y chepa imperceptible, domina con el seis doble. La muerte exhibe su insobornable paseo de muros con flaquezas de añil. A medio camino entre la regresión de mala puntería y la ponzoña de un destierro sin orografía. La melancolía vincula el esplendor y la desolación. La remembranza es la Estatua de la Libertad carente de americanismos. La desazón es la única flecha que vuelve. Eclosionan los recuerdos. Como un ovillo que gatea. El sentimiento se hace añicos, como un delfín de espuma fuera del agua. Ha fallecido M. Carmen Femenia Ullen, una gran mujer, una madre en toda la dimensión del término, esposa de Félix Sollero, tan queridos ambos en esta ciudad. Félix Sollero siempre cultivó la amistad veraz, orgánica, nunca utilitaria. ¿Verdad que sí, Manuel Alcocer? ¿Estoy en lo cierto, Gloria y Fernando?

Carmen se desplomó mientras, tranquilamente, bailaba a media tarde en el Bodegón Santa Ana (Plaza del Cubo). Félix -que disfrutaba con alborozo, como deteniendo las manijas del reloj de esta felicidad que ha sabido labrarse a pulso- se disponía a fotografiar a la niña de sus ojos, para así inmortalizar tan grato momento. No fue posible. Ella, siempre guapa, se desvaneció en un visto y no visto. Toda la concurrencia se presta a la colaboración. Varios médicos allí presentes procuraron reanimarla. No fue posible. Contaba 73 años. Félix saltó, en un santiamén -como en una metáfora de la fragilidad del ser, de la insoportable levedad del ser, por decirlo con titulo de novela de Milan Kundera- del bienestar de una fiesta entre iguales a la glacial situación de encontrarse, aturdido, desorientado, en una sala del tanatorio. Junto al cuerpo sin vida de Carmen, quien además había superado hace algún tiempo la crudeza de cierta innombrable enfermedad. El estupor es un gigante de mirada desafiante…

Muere Jesús Medina y toda la ciudad llora su pérdida. Sembró cordialidad, entendimiento, profesionalidad. Williams & Humbert es un legado que marca la diferencia. Envío condolencias a sus hijos Cristina y Jesús. Cristina, periodista, es lectora de fundado criterio. Cuando fallece tu progenitor enseguida regresas a la pubertad de ningún lugar. Es incierto que nada importe tanto. Porque el músculo del desapego no sabe de esta gimnasia del vínculo familiar. La muerte ha rondado otro nudo en el pecho. Y la sangre de nuevo arracima los interlineados del amor. El aire granula la textura del color sepia. Un eco de juventud se aviene a razones. El estado de ánimo es un gerundio de altibajos para quienes acaban de perder a un ser querido. Algo, en todos ellos, huele a niñez, como el hilo sobado de aquella cometa que asciende hacia lo inefable. La muerte deambula resbaladiza. Se cuela de rondón en el crujido menos munificente. Subvierte el orden de lo previsible. Tachona la calma chicha de toda intemperie. Ataca a quemarropa esta cotidianeidad que a veces se presenta dulce, como algodón de azúcar en unas manos párvulas, y otras agria, como la quemazón de lo irreparable.

Ha muerto Bernardo Linares de la Bárcena. Hay cofrades que caracterizan una época. Una década. Un par de ellas. Bernardo es la Semana Santa de Jerez de los años 70 y 80. En primera plana, en primera línea de compromiso, en primera sobrexposición de cargos directivos. Cofrade de la Viga, colaborador asiduo de la programación cofradiera de Radio Popular, secretario de la Unión de Hermandades. Bernardo sube ahora al cielo tan pronto alcanzó su naturaleza nonagenaria. Allí ha vuelto a tertuliar con Lete, con Pepe Pérez Raposo, con José Luis Ferrer Cabral, con Juan Román, con Paco Carrasco. Con Manolo Ruiz-Cortina. Con Juan González. Bernardo siempre estuvo a pie de obra de la actualidad oficial de las cofradías y, en paralelo, de cuanto se cocía en los mentideros. Si el rumor es la antesala de la noticia, Bernardo era la bisagra entrambas. Capturaba la noticia al vuelo y al revuelo. Con monóculo de intuición. Se pateaba la calle con destreza. Sabía oír, aunque pareciera distraído. Sabía escuchar, aunque pareciera desatento. Posiblemente porque no gustaba sentirse protagonista de nada. Se daba a querer.

Siempre defendió a ultranza el papel evangelizador de las cofradías. No fueron fáciles para éstas el cambio histórico de la Transición Española: coincidió entonces el salto generacional en las Hermandades, brusco donde los haya, no por el decurso natural de una sucesión pactada sino al hilo de la retirada -forzada o no- de los mayores por razones de edad. Bernardo era un detector de fake news. Entonces la información no adquiría velocidad de espanto. La inmediatez, como mucho, anidaba en los mediodías de la Cruz Blanca, en cuya barra se cocían los teletipos oficiosos de la actualidad jerezana entre el senado y el pueblo romano -los cofrades tienen mucho de hijos de la Roma imperial-. Bernardo iba de la ceca a la meca de lo noticiable sin tampoco hacer ascos a lo intransferible. En este sentido siempre valió tanto por cuanto dijo como por cuanto, elegantemente, calló. Tal fue el calibre de su estatura humana.

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