
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Noticias electorales
Jerez íntimo
Alfa: Vehicular los paradigmas éticos que nos inyectaron en vena durante la niñez armoniza, a no dudarlo, los mandamientos de la ley de nuestro macrocosmos infantil cuyo territorio, al decir de Rilke, conforma la patria del hombre. Esta máxima, que además se verticaliza en rayas azules y blancas, bien la asumimos -por experiencia propia- los industrialistas. ¿Verdad que sí, Tacho García Pomar, Eugenio Vega Geán, Miguel Ángel Suárez, Carlos Rosado, José Antonio Carmona, Juan Sevillano, Manuel Monge, SantiagoPeña? El Industrial siempre ha llevado parejo un código de conducta. El esfuerzo en pro de la autosuperación, la fidelidad institucional, el valor del compañerismo, la máxima insondable de la humildad, la deportividad por encima de cualquier otra máxima, la táctica antes que la treta, la técnica que prevalece sobre la violencia, la cortesía, la hospitalidad, la clase… Los progenitores de los industrialistas -todos amigotes entre ellos- nos inculcaron además que esta adhesión no implicaba ninguna suerte de enemistad o rivalidad con otros equipos de Jerez, sino muy al contrario: posicionarnos, por lazos de sangre, en su defensa a capa y espada, con uñas y dientes, pues todos los clubs eran hijos de una misma madre: la ciudad. Este pasado domingo disfrutamos de lo lindo con un partido de sol y triangulación. Los de Mena combinaron pundonor, velocidad, puntería y fino toque de balón…
Sin embargo, elijo y colijo un aspecto extradeportivo pero asimismo consustancial al club que nos acogía siempre con los brazos abiertos: el alto número de chiquillos que por allí corretearon, gritaron y también, en el descanso, chutaron balones de plástico sobre la portería del Pedro S. Garrido. Todos los niños además luciendo la equipación del Indus de sus amores. Es maravilloso cómo se siente esta algarabía en el estadio. Animan a los futbolistas -sus héroes- bajo el grito de guerra de “¡Industrial, tracatrá!!”, saltan al terreno de juego mientras los 15 minutos de gloria del descanso los convierte en titulares potenciales de una ilusión sin trampas ni cartón, escuchan atentos el número del sorteo del jamón o el queso o lo que se terciase, hacen piña de amiguitos que jamás hubiesen quizá coincidido en otros puntos de encuentro y, como colofón, abrazos con los jugadores oficiales e incluso fotografía de final del encuentro. He aquí el verdadero triunfo del Jerez Industrial -amén del 3-0 del domingo frente al Puerto Real-: tratar a los churumbeles de los socios y aficionados como hijos propios. Y así, ayer y hoy y siempre, da gusto.
Beta: Como si de un documental audiovisual a la antigua usanza se tratara, la ciudad se fundió en negro el pasado lunes. Enseguida cundió el pánico a expensas del desconcierto, la desinformación y la incertidumbre. Todas las miras concentradas en los más funestos augurios: el ciberataque germinal de una guerra internacional. Las precauciones parecieron pocas. El espíritu conservador de nuestras magistrales abuelas prevalece. Quien la lleva, la entiende. Aquello de la despensa siempre llena es postulado inviolable así que pase generación tas generación. El lunes la ciudad se acorazó en un pispás. Como Dios manda Chacinas y pan al mejor postor. Las tiendas de barrio haciendo su agosto. Los hornillos tomando la delantera. El carbón no como castigo de mañana de 6 de enero para los niños traviesos. Los peques a medias asustados y expectantes. Y antes que después, sobre todo para cuantos tendemos a la lectura de poesía, regresaron aquellos versos del “apagón” de Mario Benedetti.
Me alineo con quien -rara vais- siempre entresaca lo positivo de una situación aparentemente negativa. Por no decir punto menos que terrorífica. Ante la adversidad me crezco si la compostura merece la pena, pero en cualquier caso sí por descontado suelo situarme al margen de la primera lectura del hecho en sí. Nos sucedió a los que somos de la misma cuerda mientras el confinamiento -¿recuerdan, año 2020?- a su vez era sinónimo de urdimbre familiar, regusto gastronómico, expulsión de toda cotidiana prisa, y minutos por delante para ver cine, para leer, para escribir… Aún a riesgo de caer en la trampa adyacente de la trashumanización. La tarde de antier estuvo reservada para tres cuartos de lo propio. Buena parte de la ciudad anocheció -sin adscribirse a los pobres de solemnidad- a dos velas. Con todo y con eso, el lunes puso de manifiesto y de relieve dos realidades: que la superlativa y a menudo mayestática Era Digital contiene sus fragilidades y que la radio -léase el transistor- a pilas conserva su preponderancia desde su heroicidad protagónica de la noche de los transistores acaecida aquel 21 de febrero de 1981 al cobijo del mostacho del teniente coronel Antonio Tejero. La radio, esa compañera fiel que ahuyenta soledades. La radio, que continúa impertérrita cuando la digitalización del Universo Mundo a veces cae por tres veces como Jesús con la cruz al hombro camino del Calvario. La radio, ese invento que en Jerez siempre habrá de enmarcarse según el nombre propio de Guillermo Ruiz Cortina. La radio, que nunca te abandona, como el eslogan del anuncio de Rexona. La radio, a tu servicio sin cortapisas. La radio fue el lunes la mejor aliada de Jerez. No lo juro por Snoopy sino por la memoria omnipresente de Bobby Deglané…
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