La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
El Palillero
LA tradición gaditana de los Juanillos se está perdiendo y es una pena. Esta misma frase se suele decir todos los años, por estas fechas, cuando se aproxima la Noche de San Juan. Otros repiten que es una tradición pagana, ligada al fuego como elemento purificador, para conmemorar el principio del verano, que en lenguaje científico se denomina Solsticio. Por cierto, en otros tiempos a los niños les ponían nombres cristianos, como Juan, pero ahora les pueden poner lo que quieran, y se pueden llamar Solsticio o Equinoccio, u otros peores, que también sirven para perros y gatos. Volviendo a los Juanillos, se organizan coincidiendo con la fiesta de San Juan (el Bautista, que no el Evangelista), y se celebra el 24 de junio. Aunque el Solsticio fue ayer, a las 20:50:56, concretamente. Sean paganos o cristianos, los Juanillos son una porquería en los últimos años.
Y ahí es donde quería ir a parar. Los Juanillos fueron incluidos por el Ayuntamiento entre las fiestas gaditanas. Se organizan con asociaciones de vecinos y otras entidades por diversos barrios. No tengo constancia de que las plataformas figuren entre las entidades que montan Juanillos. Oportunidad perdida, se podría pensar, pues si queman a Bruno, en un Juanillo en el Campo de las Balas, pasarían un rato bastante divertido. Pero a Bruno, si no lo quema esa plataforma, o la del colegio del Mentidero (quizá sea la misma, o los mismos), ya lo quemará alguien. Pues es costumbre gaditana, de acrisolado arraigo y nula originalidad, quemar al alcalde en los Juanillos. Carlos Díaz, Teófila Martínez, Kichi González… Todos han sido quemados, cada cual en su momento.
El problema viene de la institucionalización. Cuentan los más viejos del lugar (en Cádiz hay muchos) que los juanillos eran clandestinos en los tiempos de Franco, y que los quemaban en las casas de vecinos y partiditos para distraerse y gamberrear un poco. Quemaban porquerías (en eso no se ha cambiado apenas), mayormente cosas que no servían, y se apagaban en modo casero, sin bomberos ni municipales. De ahí, con el tiempo, se evolucionó a peor. Y los estudiantes empezaron a quemar sus apuntes, e incluso libros, en un ataque de intelectualidad pervertida. Quemar libros es costumbre arraigada desde los tiempos de la Inquisición, pero esos muchachos no lo hacían por odio al hereje, sino por ignorancia y desenfreno.
Y así llegamos a los Juanillos. El Ayuntamiento acogió la costumbre espontánea. Al darle oficialidad, se cargaron las esencias. Pero a los alcaldes les gusta que les hagan muñequitos y los quemen.
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