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EL fin de semana del 18 y 19 de mayo hemos vivido acontecimientos realmente inolvidables. Siempre que puedo sigo los viajes, audiencias y rezo del Ángelus o Regina con el Santo Padre. El domingo 19 nos recordaba con san Juan: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado: ámense así unos a otros” (Jn 13, 34). Y afirmaba el Papa: “El amor nos abre al otro, convirtiéndose en la base de las relaciones humanas. Nos permite superar las barreras de nuestras propias debilidades y prejuicios, crea puentes, enseña nuevas formas, desencadena el dinamismo de la fraternidad”. Al terminar el rezo a la Santísima Virgen en este tiempo de alegría, el Papa recordó a María Guadalupe Ortiz de Landázuri, laica del Opus Dei y que fue beatificada el sábado en España. “Su testimonio es un ejemplo para mujeres cristianas involucradas en investigaciones sociales y científicas. ¡Aplaudimos a la nueva Beata!”, nos decía el Papa.

Junto al televisor, el aplauso me salió de lo más profundo del corazón. Lo pedía el Papa y yo había conocido muy de cerca a la nueva beata, sabía que bien se lo merecía.Sí, Guadalupe Ortiz de Landázuri supo vivir a fondo ese Mandamiento Nuevo que recoge san Juan y que san Josemaría hizo colocar en la sala de estudio de tantos y tantos centros del Opus Dei por todo el orbe. Vivió en el mundo sin ser mundana, amándolo. Supo elegir el amor pleno y lo que eso lleva consigo. A veces le costaría sangre, como reza un dicho popular, pero al hacerlo junto a Jesucristo, por Él, con Él y en Él, el esfuerzo de optar por el bien se convertía en una paz profunda que redundaba en la alegría que luego sabía dar a cuantos se acercaban a ella.

Se ha contado mucho de Guadalupe en esta última temporada; quisiera ahora recordar un pequeño detalle que pude apreciar tras su marcha al cielo aquel 16 de julio de 1975 y que entonces se lo hice notar a su hermano Eduardo. En la misma clínica donde fue intervenida de corazón y en cuya Facultad de Medicina, en días previos, se llevó a cabo un Congreso Internacional de Cardiología, planeado con mucha más anticipación que esa recaída suya; sí, en la séptima planta de hospitalización, llevaba mucho tiempo ingresada en la 705, una ancianita: doña Eulogia Fernández de Heredia, madre del Dr. D. Eduardo Ortíz de Landázuri y de la Dra. Doña Guadalupe. Por lógica podía haber fallecido antes que su hija, pero Dios quiso de nuevo proporcionar a Guadalupe otro detalle de amor: recibir en el cielo a su propia madre, y así compensar el gran dolor que sufrió, al acompañar a su padre, minutos antes de ser fusilado por quienes no sabían amar y anteponían el odio al verdadero amor.

Tras su intervención quirúrgica pudo ir a rezar a la ermita de nuestra Señora del Amor Hermoso en el campus de la Universidad de Navarra, cosa que hasta entonces no había podido hacer debido a la pendiente o cuestecilla que había que subir y bajar.Guadalupe fue una persona fuerte, con sus fallos como todo ser humano, pero que siempre supo optar por el verdadero amor. Hoy su ejemplo es algo vivo y que la Iglesia nos presenta a todos. Hemos podido comprobar el legado que nos deja con la ceremonia de beatificación en el palacio de Vistalegre repleto de personas venidas de todo el mundo, seguida de una inolvidable reunión de familia, y de la misa de acción de gracias presidida por el prelado del Opus Dei, el domingo.

Sepamos agradecer a Dios ese ejemplo de Guadalupe Ortiz de Landázuri y pidamos la fuerza y la gracia de seguir, como ella supo hacerlo, la opción por verdadero amor. Así podremos ayudar a quienes necesiten esa verdadera gracia del cielo: la libertad de saber amar.

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