La esquina
José Aguilar
Las pelotas de Bildu
Postrimerías
Con demasiada alegría y a veces un tanto rutinariamente, hablamos de obras monumentales –más imperecederas que el bronce, en la famosa acuñación de Horacio– cuando sólo unas pocas de las que son adjetivadas de ese modo hacen honor al gastado calificativo. Lo merece sin duda el Epistolario de Petrarca por el que su traductor, nuestro Francisco Socas, acaba de recibir el premio Openbank de Literatura by Vanity Fair, al que concurrían también Cristina Gómez-Baggethun, por su versión de la Poesía completa del reciente Nobel noruego Jon Fosse, y Andreu Jaume y Adan Kovacsics por la de las Elegías de Duino de Rilke. Publicada por Acantilado en cuatro espléndidos volúmenes que fueron contratados en vida de Jaume Vallcorba y han tardado bastantes años en ver la luz, ya durante la etapa de su continuadora al frente del sello de Barcelona, la editora Sandra Ollo, la correspondencia del aretino tiene una importancia fundamental a la hora de evaluar su figura y legado, pues como bien explica Ugo Dotti fue sobre todo en las cartas donde el poeta en vulgar del Cancionero, sirviéndose en este caso del latín de sus admirados predecesores, dio forma al ideario del Renacimiento temprano. Raya el milagro que una obra de semejante envergadura –setecientos años después, en una época en la que una sola década les parece a muchos un tiempo remoto e irrecuperable– se abra paso entre la intrincada maraña de novedades para proyectar sobre los contemporáneos la vieja luz de los primeros humanistas. Pero no es el único de los trabajos de Socas que veremos este año en las librerías. Muy pronto podremos leer, al cuidado del mismo traductor, la primera edición española de una escritora francesa, Louise Ackermann, que fue muy conocida y polémica en la segunda mitad del XIX por su irreverente defensa del libre pensamiento frente a los credos consoladores, en la alta línea del padre Lucrecio y su venerado Epicuro, el hombre que enseñó a los afligidos mortales a vivir renunciando al miedo. En el otoño de la edad, felizmente jubilado pero no inactivo, el maestro prepara unas esperadas memorias intelectuales que darán cuenta de su trayectoria académica y de los múltiples intereses que la han guiado, en un amplísimo arco que abarca a los autores de la Antigüedad pero también a los que ya en la Edad Moderna seguían empleando, como antes Petrarca, la milenaria lengua de Roma, con particular atención a obras raras, heterodoxas o clandestinas. Mientras las páginas de los diarios rebosan de inmundicia, hay una secreta actualidad que ayuda a no perder pie, que estimula a seguir en la brega –muchos siglos nos acompañan– e invita a pensar que no todo está perdido.
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