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Mundología Jacobea

José Fernández Lago

Deán de la Catedral de Santiago

El peregrino, un hombre en busca de luz

EL ser humano vive hoy a menudo una vida de búsqueda, saliendo de sí mismo en busca de luz, para incorporarla después a sí mismo y conocerse mejor. Sócrates exhortaba a conocerse a uno mismo; Pablo VI quería que la Iglesia se conociera a sí misma; y el Papa Francisco habla de una Iglesia “en salida”, para transmitir e incluso aprender. Está claro que uno no se conoce bien a sí mismo apoyado solo en la visión que él logre tener, ni tampoco se salva solo, sino que necesita de Dios y de los demás.

Hace veintiún siglos, Santiago el de Zebedeo salió cual otro Abraham de su tierra y de la casa de su padre, y se dirigió al extremo Occidental, a proclamar la Buena Noticia. Era un verdadero peregrino, al no sentirse dueño de la tierra que pisaba, sino que la dejaba, para fijarse en otros horizontes. Después volvió a su tierra; el rey Agripa I lo ajustició, sin duda por haber dispensado de la Ley de Moisés a tanta gente pagana como la que habitaba entonces en Galicia; y después dos de sus discípulos lo trajeron al lugar que había sido escenario de su misión apostólica. A partir de entonces, el que les había ofrecido la luz de Cristo sigue siendo luz para quien camina hacia Santiago.

De modo especial a partir del siglo IX, con el descubrimiento de su tumba, merced a unas luces que los habitantes del lugar pudieron percibir, Santiago el Mayor siguió iluminando las mentes y el corazón de quienes se ponían en camino para dirigirse al lugar de su sepultura. Después de que Alfonso II el Casto, rey de Asturias y León, contemporáneo del Obispo de Iria Flavia Teodomiro, edificó una pequeña iglesia, y que su sucesor Alfonso III hizo una mucho más grande, se inició la Catedral, en el año 1075. En los siglos XII y XIII proliferarán las peregrinaciones; y el número de peregrinos que lleguen a la tumba apostólica en los primeros años del siglo XXI será elevadísimo, alcanzando su cénit en 2019, cuando llegaron más de 347.000.

Peregrino en sentido estricto, para Dante Alighieri era quien se dirigía a Santiago o volvía de allí, mientras que eran Romeros los que iban a visitar las basílicas de San Pedro y San Pablo, de Roma, y eran Palmeros quienes iban a Tierra Santa.

Las motivaciones de los peregrinos son, en la actualidad, muy diversas. Algunos se echan a andar, por encontrar a otras gentes, o bien por abandonar un tipo de vida demasiado sedentario, y encontrar cierta luz en los caminos que van a transitar. Otras personas, nostálgicas de la piedad que tenían cuando eran niños, buscan recuperar esa luz que llenaba sus vidas. Entre estos caminantes, algunos tienen claro, desde el comienzo del camino, que van hacia la tumba de un Apóstol de Jesucristo, y quieren gozar, mientras peregrinan, de los testimonios de los predecesores que han dejado sus huellas en iglesias, albergues, hospitales y otras Instituciones al servicio de los caminantes. También hay personas que salen de casa como turistas para hacer el Camino de Santiago, y llegan como peregrinos. A lo largo de la senda recorrida, el Señor, por medio de las flores y animales, o por las experiencias recibidas de compañeros de camino, o la llamada directa del Señor al corazón, pidieron el perdón de sus culpas, recibieron a Cristo en la Eucaristía, y han mirado de tal modo al más allá, que esperan alcanzar, con la prenda de la inmortalidad, la Luz que no tendrá fin.

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