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Tribuna libre

Pedro Rodríguez Mariño Sacerdote

La nueva evangelización

AL comenzar el año los deseos, las esperanzas y los propósitos se antojan más ambiciosos y magnánimos. Deben serlo para extenderse a lo largo de doce meses o muchos más. Pero ¿qué propósitos, qué caminos hemos de tomar o qué rectificaciones serán las oportunas?

El calendario litúrgico para el día primero de enero no hace ninguna referencia al tiempo, ni a su comienzo ni a su curso. Sí ofrece una fiesta solemne, Santa María Madre de Dios. No es mal motivo para hilvanar la respuesta a nuestras preguntas. Si imitásemos a la Santísima Virgen y dejáramos hacer a Dios en nuestras vidas, como Ella dejó actuar, qué bien aprovecharíamos los días y los minutos, qué rentable y feliz sería la sucesión de los meses.

Busquemos ahora respuesta en las actuaciones papales recientes, sin duda encontraremos buenas pistas. El pasado mes de noviembre, en su viaje a Benin, decía Benedicto XVI a los periodistas acompañantes en el avión: “que le preocupaba el rápido crecimiento de los pentecostales en África y América Latina, a expensas sobre todo de la Iglesia Católica”. La respuesta, según el Papa, debe ser un catolicismo “sencillo, profundo y comprensible, centrado en un Dios que nos conoce y nos ama”. La misma fórmula puede ser, añadía el Pontífice, muy útil en la nueva evangelización de Europa, donde el anuncio del mensaje evangélico ha perdido su frescura y sencillez iniciales.

Sigamos y pasemos fechas. El día 12 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, Benedicto XVI celebró en el Vaticano una misa solemne pidiendo por los pueblos latinoamericanos, “cuando precisamente ahora diversos países celebran el bicentenario de su independencia y, más allá de lo histórico, social y político, renuevan al Altísimo la gratitud por el don de la fe recibida, y se anuncia el misterio redentor de la muerte y resurrección de Cristo”. Evoca el Santo Padre a continuación la imagen de la Virgen de Guadalupe, de rostro dulce y sereno, reflejo de la mujer del Apocalipsis, “vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas, que está encinta”, por eso nos lleva a Jesús, fundamento de la dignidad de todos.

Pero las circunstancias se imponen con fuerza, y, frente a la corriente desintegradora de los movimientos independentistas de hace doscientos años, hoy los aires son integradores y de protagonismo emergente en el concierto de las naciones. Por eso el Santo Padre señala: “es importante que estos países salvaguarden su rico tesoro de fe y su dinamismo histórico-cultural, siendo siempre defensores de la vida humana… y promotores de la paz; han de tutelar igualmente la familia… intensificando la tarea educativa… Propicien la reconciliación y la fraternidad, incrementen la solidaridad y el cuidado del medio ambiente, vigorizando a la vez los esfuerzos para superar la miseria, el analfabetismo y la corrupción, y erradicar toda injusticia, violencia, criminalidad, inseguridad ciudadana, narcotráfico y extorsión”. Bien abultada es la enumeración de los bienes sociales que han de promoverse; es mucha la tarea de futuro y mucha la responsabilidad por negligencia. Se entiende que fuese precisamente en tierras de América, en torno a la celebración del quinto centenario de su evangelización, cuando Juan Pablo II formuló por vez primera el programa de una evangelización nueva “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. No nueva en sus contenidos, evidentemente. Ahora Benedicto XVI, activado por su celo pastoral y el amor a las tierras americanas, se compromete: “también yo deseo animar la misión continental promovida en Aparecida, para que la fe cristiana arraigue más en los pueblos latinoamericanos”. Y, sostenido por la providencia divina, anuncia: “emprenderé un viaje apostólico antes de la Semana Santa a México y Cuba; un tiempo precioso para evangelizar con fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”.

Ya podemos hacer nuestro proyecto, tenemos los elementos: El ejemplo y la intercesión de Santa María, las reflexiones de Benedicto XVI en su viaje a Benin y en la homilía de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, y la nueva evangelización postulada por Juan Pablo II, ratificada por el Santo Padre, y concretada en el propósito de viaje próximo a México y Cuba. Éste es el tema para todos: la Nueva Evangelización, y nosotros los protagonistas. Por ahí han de moverse nuestros afanes de apostolado, en continuidad con las ansias de amor que ardían en el corazón de Jesús “fuego he  venido a traer a la tierra, y qué he de querer sino que arda”. Es la urgencia que impulsaba a San Pablo “ay de mí si no evangelizase”. Es la audacia que mantenía a los Mártires, y el amor a la verdad que alentaba a los santos Padres, o el incendio de caridad que abría camino a los santos Fundadores que se han sucedido en la historia de la Iglesia. Es la pasión que ha de movernos a los hombres de hoy, de amor de Dios y amor a nuestros contemporáneos, que recoge muy adecuadamente San Josemaría Escrivá en aquel punto de su libro Camino: “Ten presente, hijo mío, que no eres un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena. Esto es mucho, pero es poco// -- Eres apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo”. Y por eso una actitud llena de esperanza y de naturalidad en toda la tierra, en todos los ambientes. Ojalá.

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