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Confabulario

Manuel Gregorio González

L ógica electoral

LA lógica electoral no tiene por qué ser razonable, ni oportuna, ni consecuente. Apenas se ha declarado abierto el frente de las elecciones, desde el PP han corrido a enemistarse con su único aliado posible -Ciudadanos-, mientras el PSOE reitera su animadversión a cualquier tipo de alianza que incluya a Mariano Rajoy, erigido en gárgola interina y presidenciable. La única lógica que se vislumbra viene de parte de Podemos-IU y su concurrencia conjunta a las urnas; una concurrencia y una lógica, en cualquier caso, que beneficia más a los unos que a los otros, y en la que el joven Garzón, tan elogiado por Anguita, podría ser el cordero sacrificial que diera fin a un largísimo crepúsculo, urgido a satisfacción de Pablo Iglesias.

Aun así, la estrategia del Garzón-Iglesias parece la correcta: unificar un voto disperso con el que presentarse, ventajosamente, en las Cortes. Si esto es así realmente, es algo que no es posible calibrar. Sin embargo, las argucias del PP parecen fruto de una extraña y reiterada ceguera, cuyo alcance es necesariamente corto. Si su estrategia tiene éxito, si Ciudadanos mengua en sus aspiraciones, ¿con quién pretende pactar don Mariano la próxima legislatura? Probablemente, con esta renovada hostilidad, el señor Rajoy esté haciéndole pagar al joven Rivera tanto su exigencia de la cabeza presidencial, como su reciente aproximación al PSOE. Pero la política consiste en un olvido selectivo de las afrentas (olvido, no perdón; la política es una educada antropofagia); de modo que si Ciudadanos vuelve a las cercanías de Pedro Sánchez, nos hallaremos, ¡oh, fatalidad!, en una situación idéntica a la que ha propiciado las elecciones de junio.

¿Idéntica, realmente? Eso dependerá, como ya hemos dicho, del éxito de la amalgama Garzón-Iglesias y de la deriva electoral de un PSOE a la deriva. No obstante, si Pedro Sánchez mejora sus resultados, cosa poco probable; si Ciudadanos vuelve a pactar con el PSOE, repudiado por la ira levítica de Rajoy, podría darse el caso de que Rajoy hiciera presidente a un perplejo y afortunado Sánchez. Y entonces, toda la calma galaica que ha mostrado don Mariano (que ha mostrado él, pero que han puesto los electores, principalmente); toda esa paciente espera de Rajoy, no le habría servido para nada. Y no le habrá servido para nada porque una cosa es ser lógico -electoralmente-, y otra es ser razonable. Fagocitando a Rivera, es probable que Rajoy no esté siendo ninguna de las dos cosas.

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