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Adrián Fatou

Un pastel nunca antes probadoOuka Leele, en el Palacio de Diputación de Cádiz

LOS que hacemos fotografías, sometemos a nuestras imágenes a un proceso de 'depuración', como si de una prueba de 'selección de la especie' se tratara. Y muchas, la gran mayoría de ellas, no superan ese acto afortunado de ser las elegidas, siendo relegadas en un baúl al olvido o, lo que es aún peor, nunca tienen la suerte de realizarse en papel y duermen, el sueño de los justos, como negativos o simples algoritmos informáticos en los fríos bytes de un disco duro.

Supongo que es un proceso que ocurre en otros muchos aspectos de nuestras vidas o incluso a algunas personas con sus propias vidas, a pesar de ser ángeles.

Bárbara Allende Gil de Biedma ha estado en Cádiz, y está en Cádiz, en el Palacio de Diputación hasta el día 5 de marzo. Perdón, quizás ustedes no sepan a quién me refiero, a Ouka Leele, la gran fotógrafa que se hizo famosa junto con la generación de la movida madrileña en los ochenta. Ouka Leele es un nombre comercial, un logotipo, sabiamente elegido por la intuición de la fotógrafa para representar en el mundo del marketing su magnífico producto fotográfico.

'Inédita', como así se denomina su exposición de Cádiz, puede que sea un giro, una mirada hacia atrás, un volver a recorrer ese camino ya recorrido, pero con la perspectiva que da el tiempo transcurrido. Con la madurez de unos ojos que han visto casi de todo y un alma fotográfica que lo ha retenido y que probablemente busque la libertad y la sinceridad de encontrarse consigo misma. Sin condicionamientos, o los menos posibles, de marketing, modas, iconos o aventuras fotográficas hechas para llamar la atención, para causar impactos visuales inolvidables.

Puede que 'Inédita' pretenda huir de todo eso y volver en la búsqueda, dentro de ese disco duro del alma de Bárbara Allende, de imágenes desechadas pero que dejaron una huella indeleble de emociones, aunque en aquel entonces, insuficientemente valoradas.

Una exposición en la que Ouka Leele, pasa a ser menos Ouka Leele, aquella joven de cara angelical que pintaba sus fotos en la movida madrileña, para convertirse en más Bárbara Allende, la fotógrafa que confiesa sin pudor su miedo al muro que supuso el cambio a lo digital, que casi le hace volver a la pintura, su verdadera vocación.

Una exposición en la que Bárbara Allende intenta transmitirnos el contenido de sus emociones. La emoción llena de humildad que un simple palillo de la ropa le produce, la emoción de libertad que le transmite una Menina ingrávida que huye desnuda del puritano y encorsetado ambiente del famoso cuadro de Velázquez. La emoción de la verdadera belleza que habita más allá del cuerpo de una modelo que parece pedida prestada a Botero. La emoción de la mayor pureza humana que unas niñas con síndrome Down bajando una escalera le pueden transmitir, seres que casi superan lo humano para convertirse en ángeles.

Todas esas emociones y un sinfín de ellas más rescatadas del baúl que contenía todo cuanto en el momento de su creación no se le otorgó el suficiente valor. Y que ahora con el transcurso del tiempo, recobran un valor especial, sentido, honesto, sincero y libre. Pura liberación de emociones hechas imágenes, pura transmisión de sentimientos a través de instantes, objetos, colores y texturas, puro acto de amor a personas que dejaron su huella y su cicatriz, en definitiva… pura poesía visual, como así la denomina Bárbara.

Para finalizar extraemos del catálogo de la exposición una serie de frases dichas por la autora en diferentes momentos, sobre cómo ve ella su trayectoria fotográfica y vital: "Me piden que hable de fotografía y solo sé hablar de tu pelo…/… que diga algo importante, y lo único que me apetece es decírtelo a ti en la cocina mientras se derrite el chocolate, porque voy a hacer un pastel que nunca has probado. Estoy ahora mismo pensando que la fotografía y mi vida son la misma cosa: un acto de amor. Y hoy, estoy sola…".

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