Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

El caballo en la campiña, en la dehesa, en el Real…

Fátima Ruiz de Lassaletta

El sol del mediodía resplandecía en la campiña jerezana…

La yegua torda y colina era de raza hispano-anglo-árabe. Tres sangres y por tanto tres virtudes para compensar el paso de sus años, pues ya había doblado la mitad de la esperanza de vida de los de su noble especie. La fortaleza del caballo cartujano, la velocidad del pura sangre inglés, la agilidad y belleza del oriental la adornaban y hacían que nunca se quedara rezagada cuando se rompía la formación del ala de caballos batidores, por el impulso de los jinetes y el instinto cazador de los nobles brutos: ‘Caín’, árabe. ‘Mondeño’, español. ‘Osito’, entre ellos. Del de don Tomás no me acuerdo de su nombre, pero sí de la afición del caballero, que ha sido trasmitida su amor por el caballo, de su casta, hasta a sus bisnietos hoy. Sus orejas hasta entonces alzadas y atentas tanto al respirar acelerado de la collera de galgos, sujetos en la traílla, como a la posible levantada de la liebre encamada, se inclinaban ligeramente como flechas queriendo, cortar el viento en contra y así adivinar el trayecto de la carrera. Sus músculos se tensaban al pasar directamente del paso franco al galope prudente. Y se alcanzaba a adivinar el latido de su corazón cuando se empeñaba en estar ella entre los primeros, para presenciar los lances y recortes de los tres animales en lid: dos galgos y una liebre. También parecía saber interpretar –al desacelerarse– el fin de la carrera, cuando el lebrel ganador hincaba firme sus fauces en la liebre abatida. El sol del medio día resplandecía en la campiña jerezana y junto al eucaliptal algunos, a peón, abrían los termos de fino helado. Era la hora de la primera copa.

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