Un lamentable espectáculo en el Congreso

Lo mínimo que se puede pedir a un miembro del parlamento son buenas maneras y argumentos

En una democracia que se respeta a sí misma, la lógica y deseable discrepancia entre los políticos de diferentes partidos no debería ser excusa para el insulto y las palabras gruesas en general. Los parlamentarios, en cuanto representantes legítimos de los ciudadanos y personajes públicos, deben practicar como mínimo la buena educación. ¿Cómo vamos a exigirle a nuestros escolares buenas maneras y respeto hacia los demás si luego ven cómo la sede de la soberanía nacional es un auténtico reñidero en el que nadie tiene en cuenta las más elementales normas de cortesía? El espectáculo que se vio ayer en el Congreso de los Diputados causó rubor en los ciudadanos, que tuvieron que ver cómo los principales líderes del país -el presidente Sánchez y la vicepresidenta Calvo, los populares Pablo Casado y Dolors Montserrat; el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, o la portavoz de Podemos, Irene Montero- se comportaron ignorando todos los principios de la cortesía parlamentaria. Las sesiones de control del Gobierno son uno de los pilares de la actividad del Congreso y, por su propia naturaleza, es normal que tengan momentos tensos (y también, por qué no, de brillantez), pero lo que se vio en la peúltima, con un claro predominio del insulto sobre los argumentos, no se puede tolerar. Los ciudadanos no merecen tal falta de respeto.

Aunque el encanallamiento de la política española está muy vinculado a la inminencia de elecciones generales, el próximo 28 de abril, no podemos decir que se haya producido de repente. Todo el periodo Sánchez, que llegó al poder tras una moción de censura legítima pero apoyada en algunos partidos enemigos del Estado, se ha desarrollado en un clima político cada vez más irrespirable. Mucho nos tememos que en las próximas semanas vamos a ver cómo esta escalada de insultos y proclamas sin sentido va a ir creciendo. ¿Cuáles son las razones? Muchas: la mediocre calidad intelectual de nuestros parlamentarios, una crisis y un procés catalán que han envenenado la vida política nacional, la pérdida de consensos que hasta hace muy poco eran indiscutibles, la irrupción de nuevos actores dispuestos a explotar el discurso populista y a despreciar los viejos usos parlamentarios, etcétera.

Queda todavía mucho tiempo para el 28 de abril y los partidos tendrían que hacer una seria autocrítica sobre lo que está ocurriendo en el Congreso de los Diputados. Demasiados problemas tiene España como para añadirle el de una tensión que no sirve para arreglar absolutamente nada.

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