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Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa manuel Barea

Médico

Cara a caraVerano del odio

Los seres humanos estamos diseñados biológicamente por y para las relaciones con los demás y, especialmente, por y para el trato cercanoCharles Manson aprovechó la milonga hippy para instruir a los miembros de La Familia en el odio y la aniquilación

Cada verano se ven los restaurantes y terrazas de los paseos marítimos del sur rebosar de personas sentadas a las mesas y enfrascadas en sus conversaciones. En las ávidas narraciones de esos momentos cumbres del estío, casi un ritual social en el tiempo de la calor, las conciencias más cansinas encuentran a menudo su gratificación. Las cosas que se dicen y se hacen cuando se comparte mesa activan el sistema de endorfinas, un mecanismo neurológico que, controlando el dolor, induce agradables sensaciones con las buenas compañías, sus palmadas, abrazos o caricias… Y ahora dicen en la Universidad de Oxford que el hábito de comer sólo se asocia fuertemente a la infelicidad y al deterioro del estado mental. Han descubierto literalmente el Mediterráneo al comprobar que cuando se comparte mesa con los demás hay más probabilidades de sentirse bien y de poseer redes de apoyo social y emocional. Y uno, tan del sur, se pregunta patidifuso por la ciencia que no atesorarían nuestras familias y vecinos de la infancia... Entre los más destacados factores predictivos de trastornos psicosomáticos -se ha señalado en esta Tribuna- se encuentra la soledad. La probabilidad de sufrir, a largo plazo, problemas coronarios u oncológicos aumenta en personas solitarias y aisladas; sentirse solo es un factor de riesgo casi tan pernicioso como fumar. Se ha visto también que los mejores predictores de supervivencia durante el año después de sufrir un infarto de miocardio son el abandono del tabaco y la cantidad y calidad de amigos que se tiene. Comer o beber en exceso puede tener consecuencias deletéreas, pero resultan modestas si se comparan con las derivadas de fumar o de estar solo. Así que el contacto social, además de esencial, resulta literalmente una cuestión de vida o muerte.

Los seres humanos estamos diseñados biológicamente por y para las relaciones con los demás y, especialmente, por y para el trato cercano. La tendencia actual que reemplaza el contacto personal con amigos y familiares por los mensajes que facilita la tecnología digital comienza a vincularse al riesgo de depresión. Quienes tienen encuentros sociales frecuentes presentan menos tendencia a ese tormento. Es indiscutible que somos animales sociales, quizá la especie más sociable. De hecho, la locución latina para "estar vivo" era inter hominem ese, exactamente, estar entre los hombres. Todos nos sentimos más vivos cuando estamos rodeados de nuestros semejantes. Cuerpos y cerebros, como nodos conectados a una red, se regulan a través de las interacciones sociales desde el nacimiento. Y mientras que en los amigos encontramos misteriosas novedades, hallazgos y aventuras, la familia ofrece, sobre todo, protección emocional. El cuidado en el ser humano es una conducta de adaptación trascendental. Cuando una madre sonríe a su bebé y establece contacto visual, este lo refleja devolviendo la sonrisa. Por otro lado, hay factores que pueden lastrar los encuentros y comprometer el sentimiento de bienestar. El desempleo y la falta de vivienda suelen apartar de la corriente de relaciones humanas y llevar al aislamiento y la ansiedad. Dan testimonio los refugiados: la fuente de dolor que los embarga no radica tanto en los traumas y torturas de la huida, como en la ruptura con la familia y en el exilio de la comunidad de origen. Quizá el infierno consista en apartarse de la corriente de la vida, en aferrarse a uno mismo, al pasado o a la inercia de lo seguro; "diablo" en su origen griego, dia ballein, significaba separar, desunir.

Sentir la cercanía influye también en la propia corporalidad. Ciertas formas de relacionarse, como acudir a una celebración, disparan el sistema nervioso simpático, mientras que otras, como una conversación tranquila o una sutil carantoña, lo hacen sobre el parasimpático o sistema de reposo. En realidad, nuestra fisiología se modifica con la interacción cara a cara. Cuando se alimentan relaciones compasivas o se ignora que "la peor soledad -lo escribió F. Bacon- es carecer de amistades auténticas" se arrastrarán estados de baja energía. Del auge de las redes sociales emerge ahora una forma de comunidad plástica en la que muchos, como actores, juegan a representar versiones inventadas de sí mismos. Pero las relaciones auténticas se arman con lo mejor y lo peor que percibimos unos de otros, con quienes nos conocen íntimamente, con presencias reales, comiendo, discutiendo o trabajando juntos. Así que si pasar tiempo en compañía es alimento social, trataré por mi parte de cambiar mensajes en guasap y en redes sociales por más visitas a los amigos (ya se verá quién paga la caña y los boquerones), no sea que con el tiempo lamente no reparar en las cosas que advertía el Griego: "Sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera el resto de los bienes".

CHARLES Manson era un retaco hijoputa que quería dominar el mundo. Tenía la cabeza, en cuya frente se tatuó una esvástica, llena de mierda. Tal día como hoy, hace cuarenta años, una joven de 21, Susan Atkins, obedeció a Manson y abrió en canal a la actriz Sharon Tate, embarazada. Atkins declaró en el juicio que mientras la apuñalaba una y otra vez no veía a la esposa del director Roman Polanski como un ser humano, sino como un maniquí. No atendió las súplicas de su víctima. Cuanto más rogaba Tate, más saña ponía Atkins en cada cuchillada.No fue la única atrocidad cometida el 9 de agosto de 1969 en el chalé 10050 de Cielo Drive, en Los Ángeles, donde otras cuatro personas más fueron asesinadas. A la policía le pareció un crimen ritual. La masacre se repitió al día siguiente en otra mansión.

Los matarifes de aquellas degollinas pertenecían a La Familia. Era una secta fundada por Manson, uno de cuyos alias era Jesucristo, un tipo que aunque con 17 tacos aún no sabía leer, ya con 32 les comió el coco no precisamente a desarrapados hijos del lodo y del arroyo sino a niñatos bien a los que descubrió nada más llegar a Haight-Ashbury en 1967, el año del verano del amor, infectados de la versión más bobalicona de la contracultura hippy. Manson usó ésta como abono. La mollera demoníaca de Manson, rústicamente esquizoide, manipuló toda aquella milonga de Peace&Love y la Era de Acuario y entre refritos lisérgicos y mensajes apocalípticos adoctrinó -embaucando con especial dedicación y desde una clara dominación machista a sus bovinas acólitas- a La Familia en el odio y la aniquilación. Siendo el descerebrado número uno se erigió como un experto en la descerebración de quienes aquella noche de agosto recibieron sus instrucciones para "dejar un legado maligno".

Si alguien mantiene todavía dudas acerca de la sádica chifladura de Manson puede despejarlas conociendo su lectura de las canciones del Álbum Blanco de los Beatles, no sólo con Helter Skelter, esas dos palabras que dejaron impresas en la pared con la sangre de sus víctimas. Según él, con Happiness Is A Warn Gun y con Blackbird el grupo británico instaba a los negratas -Manson era racista- a coger las pistolas y a liarse a tiros con los blanquitos, y Piggies inspiró el asesinato del matrimonio LaBianca, "esos cerdos del establishment".

De todo aquel horror hace ahora cincuenta años. Ocurrió. Manson y su familia existieron. No fue ficción. Y sigue helándonos la sangre en cada agosto abrasador.

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