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Tribuna

Francisco García-Figueras Mateos, Hermano de la Defensión

Vestir la túnica

A raíz de las imágenes que están compartiendo varias hermandades en los últimos días animando a los hermanos a vestir la túnica, quisiera hacer de esta tribuna libre, sencillo testimonio de lo que supone, personal y espiritualmente, vestir la túnica de mi hermandad.

Partimos de algo fundamental: vistiendo la túnica y haciendo Estación de Penitencia estamos manifestando pública y corporativamente la fe que nos une y aquello en lo que creemos.

Vestir la túnica y hacer Estación de Penitencia es hermosa expresión de pertenencia a nuestra hermandad. Llegar a Capuchinos a la hora estipulada en la papeleta de sitio y participar con mis hermanos en los cultos que preceden a la salida, en una atmósfera casi mística de silencio y recogimiento, es maravilloso. Tanto, que cada año durante esos momentos, hago la misma reflexión: "Qué bien poder estar en casa con mis hermanos", refiriéndome a nuestro hogar espiritual y devocional y a la fraternidad defensionista.

Vistiendo la túnica y haciendo Estación de Penitencia cumpliendo escrupulosamente con las normas establecidas para tal fin, estamos siendo fieles a nuestros carácter.

El cortejo del paso de Cristo por calle Gaitán. José Ignacio Domínguez. El cortejo del paso de Cristo por calle Gaitán. José Ignacio Domínguez.

El cortejo del paso de Cristo por calle Gaitán. José Ignacio Domínguez.

Llegar a la Santa Iglesia Catedral haciendo Estación de Penitencia con tu hermandad es algo muy emocionante.

Llegar a Capuchinos ya en la madrugada del Miércoles Santo y mantener la misma compostura y el mismo ejemplar recogimiento tras tantas horas, es algo muy gratificante. Rezar juntos un Padrenuestro por cada Llaga del Santísimo Cristo y un Avemaría a la Virgen de la O, con la iglesia solo iluminada con los hachones y los faroles del paso del Señor y los cirios de la candelería y los faroles de cola del paso de la Santísima Virgen, es muy enriquecedor espiritualmente.

Repetir en el siglo XXI, -en un tiempo marcado por el bombardeo incesante de estímulos, noticias y confusión al que nos someten las nuevas tecnologías-, un rito que han repetido tantas personas desde los orígenes de las procesiones de Semana Santa, con una sencilla túnica, un esparto, unas sandalias, una medalla y un rosario, es un auténtico privilegio.

Vestir la túnica durante cerca de ocho horas, -incluyendo los tiempos de ida al convento y de regreso a casa, y los momentos en el templo, previos y posteriores a la Estación de Penitencia-, es el más importante ejercicio espiritual que puede hacer un cofrade, propiciando un íntimo y necesario encuentro con uno mismo. Rezando nuestras oraciones y escuchando lo que nos está pidiendo el Señor.

No hay nada más reparador que llorar bajo el rúan de nuestro antifaz y que nadie pueda verte. Es parte de un duro examen de conciencia, fruto también del dolor de los pecados. Llorar nuestras miserias, nuestras faltas y debilidades. Llorar nuestros miedos. Y por supuesto, llorar nuestras ausencias. Recuerdo particularmente el Martes Santo de 2017, estando enfermo mi padre. Ver el paso del Cristo avanzar hacia la puerta de salida a los sones de Cristo de la Defensión desencadenó en mi un cúmulo de emociones tan intensas, que solo aferrándome a mi cruz de penitencia y viendo al Señor clavado en su cruz POR AMOR, pude encontrar el consuelo y la templanza necesarios para afrontar aquella Estación de Penitencia, la más dura de cuantas recuerdo.    

Vestir la túnica es un viaje al interior de cada uno de nosotros. Y también es un viaje indescriptible en el tiempo y en el espacio, sugestionado por esa transición que nos brinda el itinerario de la cofradía desde las grandes avenidas y espacios abiertos de Jerez hasta lo angosto de las callejuelas del centro y el encanto de sus plazas. Itinerario que se convierte además en singular periplo desde nuestra madurez a nuestra niñez y a nuestros recuerdos.

Vistiendo la túnica cada Martes Santo y hacerlo con el debido respeto y con total decoro, estamos dando ejemplo a los más pequeños, a nuestros hijos, y estamos honrando la memoria de quienes vistieron la túnica antes que nosotros, teniendo en cuenta que es un hábito tan sagrado, que muchos hermanos deciden presentarse ante el Altísimo revestidos con ella.

Quisiera animar desde esta tribuna libre a otros hermanos a que compartan sus testimonios sobre lo que para ellos supone vestir la túnica de su hermandad. Y que nuestras palabras sirvan de estímulo a quienes dudan o no se plantean cumplir con un compromiso que debiera ser ineludible: vestir la túnica para dar testimonio público de fe de forma corporativa, acompañando a Nuestros Sagrados Titulares en Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral.

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