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Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Los obstáculos a la verdad

Una vez preparados acríticamente para recibir lo que nos echen, nos convertimos sin saberlo en voceros de los más descabellados argumentos y las mayores falsedades

Los obstáculos a la verdad

Los obstáculos a la verdad / rosell

En mis clases de Historia Moderna, solía recordar a los alumnos que la verdad solo se revelaba tras el esfuerzo realizado por llegar a ella, y que el investigador, como el historiador, solo puede hacer bien su oficio de esta forma. Por esa dificultad es tan frecuente el deseo, tanto individual como colectivo, no siempre detectado por el propio sujeto, de permanecer en la mentira y de satisfacerse incluso con ella. Máxime en estos tiempos de la eufemísticamente llamada posverdad. En realidad no es sino una manera de zafarse de dicho esfuerzo, acogiendo sin complejo que la verdad no existe, y que, por lo tanto, todo lo que se diga u opine tiene el mismo valor: el que posea para mí o para la sociedad en general. Evadimos así nuestro compromiso con la verdad. Máxime si su defensa supone, como ocurre en muchas ocasiones, indisponerse con quien, por interés personal, no se desea, o adquirir sin quererlo el estatuto de marginal.

La frecuencia del mentir es en realidad el fruto de varias actitudes que intentaré resumir brevemente. La que me parece la base de todas es la falta o deformación de la conciencia, ese espacio interior del ser humano que rechaza la mentira y provoca en quien la acepta cargo o remordimiento de conciencia. Muchas veces me he preguntado cómo mentiras o bulos tan flagrantes y reiterados como escuchamos cada día no son capaces de ruborizar mínimamente, o tan siquiera de alterar el gesto de quien los emite. Al menos, tras un leve examen de conciencia. Y es que, como con tanta frecuencia se ha dicho, una mentira repetida muchas veces se convierte en una verdad aunque no lo sea. O que, una vez aceptada ocasionalmente la mentira, se termina por instalarse en ella de manera permanente, sin que provoque en quien así hace ni un atisbo de arrepentimiento o autocrítica, a no ser que perciba un claro perjuicio para su conveniencia. Puede ocurrir, incluso, yendo más allá, que él mismo termine creyéndosela.

La política constituye al efecto un terreno privilegiado para estas observaciones, aunque, por supuesto, no sea el único. Allí, por norma, la táctica, la estrategia, terminan por determinar lo que se dice o afirma del contrario, sin importar su grado de veracidad.

Pero también existen mentiras en el corazón mismo de las sociedades humanas y en los ámbitos de la cultura. Aquí los medios de información que no se esfuerzan por buscar la verdad, es decir, la realidad tal cual es, tienen una relevante influencia en nuestra hora presente. Son capaces de generar mentiras y bulos en el ámbito colectivo, y de configurar con ellos un estado de opinión. Luego, un copioso número de ciudadanos se convertirá a su vez en albaceas, e, incluso, los defenderán a muerte contra quién o quiénes opinen o piensen lo contrario. Por eso es tan frecuente observar puntos de vista, opiniones o certidumbres, alejadas del sentido común o de la más patente verdad, triunfar y acrecentar a la vez sus adeptos. No han ido vinculados a un tiempo personal de introspección, ni de escucha de la conciencia para sopesarlos.

Una vez preparados acríticamente para recibir lo que nos echen, nos convertimos sin saberlo en voceros de los más descabellados argumentos y las mayores falsedades. Después, la pereza para romperse la cabeza pensando, discerniendo, en definitiva reflexionando por sí mismo, constituye un elemento más que coadyuva al alejamiento de la verdad. Si, por otro lado, las ideas-fuerza dominantes animan a no salirse del guión, y ello me ahorra esfuerzo, ¿para qué intentar discutirlos? Aún suena en mi memoria una canción del grupo musical Aguaviva por los años setenta, cuando repetía aquellos versos de León Felipe afirmando que la cuna del hombre la mecen con cuentos y que sus gritos los entierran igualmente con cuentos. Si sustituyéramos esta última expresión por mentiras, matices filosóficos al margen, tal vez podríamos verificar que esas no tienen límites cuando no se desea ponérselos.

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