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La crónica del Villamarta · 'Cádiz de la Frontera', Andrés Peña y Pilar Ogalla

Canto a la universalidad

  • El jerezano Andrés Peña y la gaditana Pilar Ogalla hacen vibrar al Villamarte con 'Cádiz de la Frontera', un montaje con excepcionales intérpretes que fundió las dos tierras flamencas

En el flamenco de verdad, el de siempre, uno tiene lo que tiene y lo demás es cosa de la imaginación. Cádiz de la frontera, que Andrés Peña y Pilar Ogalla, jerezano y gaditana, estrenaron anoche en el Festival de Jerez, encierra la pasión de lo que se hace con el alma y la ingenuidad de las pequeñas cosas. Y encierra también el esmero y el ingenio que asoma la cabeza cuando escasean los recursos, principalmente los económicos. En la precariedad entra en juego la voluntad, la ilusión y las ganas de hacer las cosas bien. Las grandes dosis de imaginación, en definitiva. Y pese a que hay veces en las que no es suficiente ni por esas, siempre se suele encontrar una alentadora recompensa al final del camino. Anoche, esta flamante pareja de bailaores bien que la hallaron en forma de ovación cerrada por espacio de casi un cuarto de hora.

El nuevo espectáculo del tándem Peña y Ogalla se limita a estirar el filón, en lo que a éxito de público y crítica se refiere, que representó para ambos A fuego lento. Una sobria propuesta articulada por cánones clásicos en la que la esencia, cante, toque y baile, prevalecía por encima de discursos elaborados y narraciones accesorias que vienen a disimular carencias y componer una pseudovanguardia con planteamientos comerciales de cartón piedra.

En esta ocasión, por si fuera poco, hay un salto cualitativo. En forma y fondo. A un relato bien trenzado que habla de una sencilla y universal historia de amor entre dos personas de distintas culturas -pese a la proximidad de las mismas- y que apuestan por lo que les une en lugar de por lo que les separa, suman una escenografía con poca tacha, un cuerpo de baile bien movido y un atrás que es más alante que cualquier otra cosa. Un cuadro de colosales proporciones que refuerza la idea básica de esta propuesta: en la sencillez y en la máxima calidad está sin lugar a dudas el buen gusto. Lo demás son naderías y escasa sustancia.

Quede claro que no hablamos del eterno y trasnochado debate entre ortodoxia y heterodoxia, sino simplemente hacemos referencia a la importancia de montar un espectáculo con unos estándares mínimos de calidad. Peña y Ogalla no sólo hacen eso sobradamente, sino que además se permiten el lujazo, tan inusual en estos tiempos de mediocridad en todos los órdenes, de proporcionar pellizcos y emoción mediante un universo sensorial que estremece y edifica a partes absolutamente iguales.

En un bellísimo canto a la universalidad, en un alegato contra la intolerancia -en principio, se habla de Cádiz y Jerez, pero bien podría extrapolarse el discurso a cualquier tipo de absurda rivalidad política y de intereses-, los bailaores ejercen un papel neoclásico de recuperar las huellas del pasado viajando hasta los mismísimos lugares de origen e inspirándose a partir de esos sabios retazos de antaño. Si de Cádiz extraen el pregón de Macandé, los tanguillos de Pericón, los cantes de ida y vuelta, y la malagueña a la manera del Mellizo; de Jerez rememoran aquellos soberbios aires festeros de La Paquera, los tangos del Borrico, la malagueña de Chacón, los cantes de trilla al sofoco de viñas y gañanías, y los ecos de Terremoto y Agujetas por seguiriyas. Todo eso, en los anchísimos y hondos metales de David Lagos, David Palomar, Jesús Méndez y May Fernández. Un cuarteto cantaor que, como todo en el montaje, es mitad Cádiz, mitad Jerez. Un cuarteto cantaor que, como todo el montaje, anda sobrado de compás y excelencia. Todos sin excepción rayaron a una altura tremenda, aunque el pregón de Palomar, la malagueña chaconiana de Lagos, el habitual soniquetazo de Méndez, el Duérmete Curro mío de La Perla en la voz de May, y la alternancia de las cuatro voces por vidalita y milonga sobrecogieron.

Hablando de vidalita y milonga, quizá fue el anterior el movimiento más logrado y emocionante en lo que al apartado de baile se refiere. El paso a dos de Peña y Ogalla fue un puro acto de amor, un derroche de sensualidad al servicio de la danza bajo una inusual complicidad que sólo se explica en el lazo extraprofesional que les liga. En él está el meollo del montaje, el descarado romanticismo clásico de la obra. En ese número se rompe definitivamente la barrera que parte en dos el escenario y deja de cobrar importancia el seductor violín de Bernardo Parrilla. Quebradizo, soberbio, frágil y flamenquísimo, su instrumento es el lubricante que engrasa las bisagras del espectáculo, el hilo que teje las costuras de un planteamiento que exprime al máximo, y con éxito, los recursos más simples. Un violín que es ayudado con absoluta garantía por las guitarras de Patino y Baldomero.

Bordó su estilizado baile Ogalla. Femenino y rabioso. Erizó el vello la fuerza y el temperamento de Peña. Viril y con una velocidad punta que lo pone de cero a cien en cuestión de segundos. Gustó, de tan espumosa y fresca, la gaditana por tanguillos de la tierra. Llegó al tuétano el jerezano en las bulerías, pero especialmente en la soleá, donde mezcló el estremecimiento necesario con una recta final sobrada de pies y expresividad. Dos formas de entender el baile tan brillantes como personalísimas.

Hubo ratos de nervios, hubo problemas con el vestuario -resueltos con ángel por el cuerpo de baile-, detalles corregibles y, sobre todo, coreografías que deben ser pulidas y recortadas, pues sin ir más lejos los solos de Ogalla y Peña por cantiñas y soleá, respectivamente, se dilataron en exceso. Detalles y desajustes propios de un estreno que son fácilmente subsanables y no desmerecen el conjunto de una espléndida propuesta. Tan sincera y honesta que es imposible no quererla. Y como dice el estribillo, "bendita sea la tierra, sentido de nuestro querer, Cádiz de la Frontera, olé con olé y olé".

Baile: Andrés Peña, Pilar Ogalla. Cuerpo de baile: María Moreno, Lorena Franco, Alejandro Rodríguez, Juan Manuel Zurano. Cante: David Lagos, May Fernández, Jesús Méndez, David Palomar. Guitarra: Javier Patino, Keko Baldomero. Violín: Bernardo Parrilla. Coreografía: Andrés Peña, Pilar Ogalla y colaboración de Manuel Betanzos. Letras: David Palomar, David Lagos, Andrés Peña. Regidor: Yllar. Dirección musical: Javier Patino, Keko Baldomero. Técnico de sonido: Rafael Pipió. Técnico de luces: Manuel Madueños. Diseño de vestuario: José Tarriño. Dirección artística: Andrés Peña, Pilar Ogalla. Día: 8 de marzo. Lugar: Villamarta. Aforo: Lleno.

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