Imagina por un momento el horror, el hambre, la escasez. Imagina la huida hacía un mar embravecido, lleno de incertidumbre, montado en una barca que apenas resista y acompañado de un centenar de hombres en la misma situación que tú. Unidos por una nebulosa de miedo, asentada sobre vuestras cabezas, que se incrementa con cada golpe de oleaje, porque ellos, como tú, tampoco saben nadar. Míralos a los ojos, que son como los tuyos, y a sus dudas, que se deducen a través de su mirada. Las mismas que tú tendrías, como se ha encargado de demostrarte la historia. Bendita clase aquella, repleta de guerras, que te hizo traspasar fronteras tras el cainismo heredado. A ti, también a ti, aunque tu generación sea distinta y aquello te pille muy lejos, porque eres la consecuencia de los caminos que emprendieron esos hombres con la esperanza de sobrepasar los Pirineos. Imagina otra vez, que no es una cifra puntual ni que solo nos afecte a nosotros. Que es cada día, cada mes, cada año y en cualquier costa que pueda convertirse en la deseada puerta de Europa: Lampedusa, Alemanes, Catania, da igual dónde, sitios a los que llegan miles de personas pidiendo oportunidades.

Imagina por un momento lo que dejan atrás para que eso les parezca la mejor opción. Para que entiendan que entre sus probabilidades está la muerte asegurada, que es posible que jamás lo cuenten y que no cumplan sus sueños de vivir mejor. Imagina apostar sabiendo que vas a perder, y que eso de por sí sea una victoria. Imagina las mafias que se extienden a un lado y al otro de esos dos puntos conectados.

"Salvamento Marítimo ha rescatado ya a 774 personas en el Estrecho", decía un titular en este mismo periódico. Una cifra, un dato, un número. Hay dos tipos de personas, eso está claro, los que leen estos titulares imaginando y los que sin el menor remordimiento pasan la página y le dan otro sorbo a su café.

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