Rosa María Ramírez Montero. Primera virgen consagrada de la Diócesis de Asidonia-Jerez

"Mi patria es el Cielo, estoy deseando subir"

  • La jerezana asume esta "misión" que la convierte en la novia de Cristo, sin hábito, dependiente del Obispado y al servicio de la sociedad

Rosa Maria Ramirez, durante la entrevista.

Rosa Maria Ramirez, durante la entrevista. / Manuel Aranda (Jerez)

Rosa Ramírez Montero (Jerez, 1979) se ha convertido en la primera virgen consagrada de la Diócesis de Asidonia-Jerez. El obispo, José Rico Pavés, presidió la eucaristía de consagración, días atrás, en la Catedral, a la que acudieron vírgenes consagradas de otras Diócesis, así como familiares y amigos de Rosa. 

Auxiliar de Enfermería de profesión, especialmente con enfermos terminales, Rosa sintió la llamada del Señor siendo una niña. Casada con Cristo, no lleva hábito y es económicamente independiente. En esta entrevista desgrana cómo ha sido el camino hasta este nombramiento, que ella prefiere denominar misión. 

-¿En qué consiste este nombramiento o misión?

-El nombramiento, aunque no me gusta llamarlo así, es la vocación a la orden de las Vírgenes Consagradas. Y aunque suena muy raro en esta época, es una orden que ha existido siempre. De hecho, y es mi gran ejemplo, la Virgen María fue la primera virgen de la historia. Y, ¿para qué estamos? Pues para servir en la Diócesis, en lo que nos digan. Nosotras no tenemos madre superiora, obedecemos al obispo. Él todavía no me ha encargado nada, me ha dicho que ya me irá diciendo, que esté tranquila. Sí echo una mano en la parroquia de Madre de Dios y estoy ayudando en la iniciación cristiana de infantes. 

-¿Cómo tiene que colaborar en la sociedad y en la Iglesia?

-Llevo muchos años haciéndolo. Cuando tienes un encuentro personal con Cristo es tal el bofetón de amor, como yo digo, que no te puedes negar a nada. Lo que te va pidiendo te lo va poniendo en el corazón y te pone en concreto cierta gente a la que te dice que te acerques y le preguntes si necesita algo o que reces por ella. Hasta que no me vayan diciendo desde el Obispado, seguiré haciendo lo que hasta ahora: rezar mucho, visitar a los enfermos y acompañar a los ancianos. Profesionalmente me dedico además a cuidar terminales. Pero desde el mediodía me convierto en Rosa virgen, aunque siempre estoy, pero hay que tener mucho tacto con la gente que no cree, respetarlos y rezar por ellos. Somos libres y el Señor nos deja libres. Estoy donde me vayan pidiendo ayuda.

-¿Por qué cree que ha sido elegida?

-Es que lo sientes. Es tal gozo y tal felicidad, esa felicidad que busca todo el mundo en el exterior, en viajar, en comprar, practicar cierto tipo de deportes... Es que no. Cuando tú encuentras realmente tu vocación es impresionante, no se puede explicar con palabras. Yo decía: ¿Por qué yo, Señor? Pues porque sí, lo mismo que va eligiendo a otras personas con otro carisma, a los sacerdotes a ordenarse o a laicos formar una familia. Él va llamando. Hay gente que responde y otra que no. ¿Cómo no le iba a responder? Sería muy egoísta por mi parte no responder. Hasta que no abres tu corazón Él no entra.

-¿Cómo sabe que es Él?

-Se nota. Además, hay un proceso de discernimiento. No es de hoy para mañana que digo ¡he sentido la llamada y me voy! No. Eso tiene su proceso. Yo desde niña iba sintiendo la llamada. En mi Primera Comunión, mi catequista me aconsejó que le hiciera una promesa a Jesús y yo le dije: "Jesús, quiero ser siempre tuya". Yo lo quería mucho, era el gran amigo fiel que nunca te fallaba. Luego ese amor ha pasado de ser una amistad a ser el amor de mi vida, a ir conquistándome poco a poco. A veces por miedo decía: "No, espera". Pero Él te va conquistando poco a poco, como un caballero. Llega el punto en que no le puedes decir que no. Evidentemente, he estado muy acompañada con director espiritual, con el consiliario de las Vírgenes, el obispo... Esto no es siento y ya. Tiene su proceso. 

-¿Ser virgen consagrada es un primer paso desde la Iglesia para ordenar mujeres sacerdotes?

-Espero que no, sinceramente. Nosotras tenemos otra misión. Hay muchos carismas, hay de todo. No estoy de acuerdo con eso de que las mujeres sean sacerdotes porque para eso tenemos un montón de cosas más. De hecho, si el Señor hubiese querido que las mujeres fuesen sacerdotes, en la Última Cena hubiera habido alguna mujer. Ni siquiera su madre estuvo. 

-¿Qué otras misiones tienen las mujeres?

-Muchas. Cuánta gente pobre te necesita. Se puede ayudar de muchas maneras. Aquí cada uno tenemos nuestra misión, igual que los diáconos, las contemplativas, las de vida activa... 

-Desde que hizo la Comunión, ¿ha pasado por momentos de duda?

-En la adolescencia hubo problemas familiares y estuve unos años alejada de la Iglesia. Es así. Me tocó vivir ese momento. La verdad es que fui muy infeliz. Siempre estaba triste, no me encontraba bien, no veía mi sitio en el mundo. Me sentía vacía. Ese vacío se llenó el 23 de abril de 2016. Ese día le dije al Señor: "Venga, aquí estoy. Tan santísimo que tú eres, demuéstramelo. Te abro mi corazón". Fue abrir el corazón y recibir un chorro de potencia desde la cabeza hasta el corazón que me iba rompiendo esas murallas que yo había ido construyendo, ese corazón de piedra para protegerme porque pensaba que todo el mundo quería hacerme daño y era todo lo contrario. Yo estaba tan enfada con el mundo y conmigo misma sin tener razones. Pero la adolescencia te hace ver las cosas muy distintas. Me hacía las preguntas existenciales, si tenía que hacer lo que la sociedad me imponía: cásate, cómprate un coche, ten hijos, plan de pensiones... Pero yo veía que eso no era para mí. Incluso me metí mucho en la New Age.

"El demonio es muy astuto. En una sociedad en la que no se quiere hablar del demonio, él intenta hacerle ver a la gente que no existe, pero sí existe"

-¿A qué se refiere exactamente?

-Pues meditación, yoga, Reiki, cursos de milagros, ángeles, cábala, cuencos tibetanos... Lo hice todo. Todo lo que conlleva la 'Nueva Era', esa ensaladilla rusa, como yo le llamo. Y como cada maestrillo tiene su librillo pues hice todo tipo de cursos. Me gasté una verdadera fortuna y cada vez iba a peor, en todos los sentidos, incluso veía a seres pensando que eran seres de luz y que venían a ayudarme. Era todo lo contrario. Pasé muchísimo miedo. Y dije no. De hecho, mi propio maestro entonces me dijo: "No hemos estado haciendo el bien pensando que lo hacíamos. El Reiki y todo lo demás no es tan bueno como pensábamos". Confesé que veía cosas y no quería contar nada porque pensaba que me iban a tomar por loca. Yo tocaba un objeto de alguien o le tocaba y veía toda su vida. 

-¿Por qué pensaba que estas disciplinas y esta 'capacidad de ver' le hacían mal?

-El demonio es muy astuto. En una sociedad en la que no se quiere hablar del demonio, él intenta hacerle ver a la gente que no existe, pero sí existe. Yo, a la vez que iba recibiendo más información, más cursos y más cosas, iba captando más gente para el demonio sin ser consciente para que se apuntaran a esta cosas. Cuando te das cuenta entras en la filosofía del yoísmo y empieza un egoísmo y una soberbia... Por desgracia somos así y nos creemos que somos el ombligo del mundo. Durante la Nueva Era yo me pensaba la mejor y el demonio te ayuda y te da poderes hasta de sanación para que captes más a la gente. Cuando tienes el encuentro con el Señor te tienes que dejar guiar por Él y tu vida empieza a funcionar bien. A veces no es fácil, y si permite que haya una desgracia en tu vida es porque le vas a ganar un bien mayor, aunque nuestro entendimiento a veces es cortito. Nuestra misión es tener caridad con los hermanos, no juzgar, estar pendientes de las necesidades. Un dolor compartido es comprendido. 

-¿Cómo se deja guiar para llevar a cabo su misión?

-Sin oración y sin la santa eucaristía no hay nada. Y, evidentemente, teniendo el don de la prudencia y preguntando siempre a Jesús, mi esposo, qué debo ir haciendo. 

-¿Qué votos tiene que cumplir?

-Promesas. Aunque yo los hice hace años. Castidad, pobreza y obediencia. Al contrario no sería ético. 

-Usted dice que ahora vive en el mundo pero sin ser del mundo.

-Claro. Yo vivo aquí en el mundo pero yo sé que no soy del mundo. Mi patria es el Cielo y estoy deseando subir al Cielo. No me da miedo la muerte. Yo sé que escandalizo con esto pero es que es cierto, no me importa, yo daría mi vida ahora mismo por quien quiera, por quien lo necesite. Tenemos la Familia Celeste, que nos acompaña en todo momento. Es verdad que todos estamos llamados a ser santos. No hace falta hacer grandes milagros. 

-¿Qué opinan su familia y amigos de esta misión?

-Están felices. Al principio, mis padres, pues pensaban que me había vuelto loca (ríe), pero sí sabían que desde niña quería. Pero han ido viendo el proceso todos estos años, en las madrugadas, que son para el Señor y son los mejores momentos, y cada vez que me veían pues se convencían de que al final me casaba con el Señor. Si es que soy feliz y me da igual donde me manden, les digo. Quiero estar con Él y hacer su voluntad en todo momento. 

¿Cómo se ve en diez años?

-Si sigo aquí, rezando muchísimo, ayudando muchísimo y teniendo muchos hijos espirituales, que es una cosa que la gente no comprende mucho: ¿cómo es ser virgen y tener hijos espirituales? Pues es un don muy bonito que el Señor me regaló hace dos veranos, y no sabía lo que era. Fue en una clínica de aborto, donde fui a rezar, nada más. Una chica, muy joven, salió de la mano de su novio y la otra en la barriga. Fue el primer flechazo que sentí en mi corazón y escuché la voz del Señor que me dijo, acércate. Me acerqué, le pregunté su nombre y pedí permiso para rezar por ella. Me dio las gracias y me dijo: "Yo no quería, me obligó mi madre". Fue impresionante. Yo no sabía que eso era el don de la maternidad espiritual y durante un tiempo me lo callé. Luego ya me pasó con un chico, metido en la droga, a quien ayudé; y también con un señor, Eduardo, que vivía en la calle, enfermo terminal. Le busqué casa, se reconcilió con su familia, y en el último mes de vida mis amigos y yo lo llevamos a Grazalema, a comer pizza, al cine... Tenía un brillo en la mirada... Esa satisfacción personal de acompañar y convivir con una persona un mes de alegría y sufrimientos... Fue brutal. Y así fue creciendo ser madre espiritual. Es un maternidad preciosa. El Señor te colma de bendiciones a diario, te va poniendo gente en el camino que ni imaginabas. Es impresionante. 

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