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Jerez

Bajo el arco islámico

  • Hoy, un paseo por el Jerez de los siglos X al XIII que recogen las vitrinas y diversos espacios del Museo Arqueológico

  • Viviendas, arte, calles, vida, muerte...

Verde y manganeso son colores que hablan de la historia de Jerez. Con ellos se decoran cerámicas que ilustran los inicios de la ciudad en época islámica, ya que uno de los periodos de mayor esplendor del dominio musulmán se dará en el siglo X, durante el califato de Córdoba. Y a pesar de que el nombre del río Guadalete aparece muy vinculado al comienzo del Islam en la península -al haber sido posiblemente el escenario en el que se desarrolló en 711 la famosa batalla que enfrentó las tropas del rey don Rodrigo con las musulmanas de Tariq-, Jerez como entidad urbana no se menciona en las fuentes árabes hasta el siglo IX, en que aparece como una de las fortalezas que sirvieron para hacer frente a los ataques que en el 844 hicieron los normandos al suroeste de al-Ándalus.

Será en el siglo X cuando según los textos escritos, confirmándolo también los trabajos arqueológicos realizados en los últimos años, comience a tener relevancia, tal vez como la nueva capital de la Cora de Sidonia, y a acoger en su seno los primeros ulemas que desempeñaron por entonces la autoridad jurídica y religiosa de la ciudad. De hecho, en la crisis del califato de Córdoba, Jerez fue el refugio del califa destituido al-Qasim en 1023.

Las cerámicas hablan de la importancia de Jerez, tal vez como la capital de la Cora de SidoniaLas tumbas estaban cubiertas con tejas y el cadáver se recostaba sobre el lado derecho

Madinat Šariš: La ciudad islámicaes una de las secciones con las que el visitante puede deleitarse en el Museo Arqueológico y a la que hoy le dedicamos este espacio mensual.

Una de esas pruebas, en forma de cerámica, de la importancia de Jerez en dicha época es la pieza 'Zafa con ciervo' (plaza Belén, siglo X), realizado con maestría y elegancia, consistente en un ciervo de perfil que lleva una rama en la boca. Una pieza que pertenece a la cerámica de lujo vidriada en blanco y conocida por los colores de su decoración como 'verde y manganeso', dotada de un papel simbólico o de propaganda estatal. "Obra maestra que por su técnica y características estilísticas puede adscribirse a los talleres palatinos de Madinat al-Zahra", asegura la directora del Museo, Rosalía González.

Esa naciente hegemonía de Jerez merma durante los reinos de taifas, época en que la ciudad estuvo sometida primero a los Banu Jizrun (Jizruníes) de Arcos y después a los Banu Abad (Abadíes) de Sevilla, que trataron de imitar aquella cerámica de lujo. Piezas que también se exponen en esta zona del Museo, producciones locales que fueron halladas en hornos en las excavaciones de la plaza del Arenal (siglo XI), como una botella con pico vertedor y decoración pintada, como ejemplo de las cerámicas que se producían en Jerez en el siglo XI para el mercado local. Los alfares en las ciudades islámicas se encontraban normalmente extramuros o en zonas poco pobladas en el interior de las murallas. Este aislamiento se debía a que el humo que producían durante el proceso de elaboración se consideraba nocivo para el vecindario. También se exhiben cangilones - recipientes usados para sacar agua de las norias - que presentan claros fallos de cocción y fueron desechados al haberse deformado o agrietado por exceso de calor durante la hornada.

Un nuevo cambio de situación se produce entre los años 1143 y 1145 en que Jerez de nuevo se convierte en un pequeño reino influyente -gobernado por Abu-l- Gamar ibn Azzun- dentro de lo que se conoce como segundas taifas o taifas de transición entre almorávides y almohades. Sin lugar a dudas, la época almohade coincide con el periodo de mayor esplendor político y cultural. Entre finales del siglo XII y primeras décadas del siglo XIII llegó a ser una medina de unos 18.000 habitantes, con más de 20 mezquitas, rodeada de una fuerte muralla y dotada de alcázar, adarves, alcaicería y todos los elementos de una gran urbe andalusí, judería y arrabales incluidos.

"De la mano de ese indudable avance comercial y urbano de Jerez durante los siglo XII y XIII, llega su desarrollo cultural, siendo muy amplia la nómina de sabios relacionados con actividades culturales y científicas, entre los que sin duda el más celebrado es el gramático y lexicógrafo Ahmand Abd al- Mumín conocido por al-Sarisi (el jerezano), muerto en 1222 y cuya obra aún está vigente en parte del mundo islámico", apunta González. La cerca defensiva de Jerez tal y como se conoce en la actualidad se construyó durante la segunda mitad del siglo XII, en la etapa almohade. El visitante que procedía de Arcos, Medina o la bahía de Cádiz accedía a la ciudad por la puerta del Real, encontraba extramuros un amplio recinto funerario,otro se encontraba por la entrada de la puerta de Santiago.

A este respecto, el Museo acoge también restos funerarios. Se trataba de enterramientos de inhumación y las tumbas, tal y como recomendaba la doctrina jurídico-religiosa malikí imperante en Al-Andalus, eran muy austeras. En general consistían en estrechas fosas individuales, poco profundas, excavadas en el suelo. En ellas se depositaba el cadáver, envuelto en un sudario, normalmente sin ajuar, recostado sobre el lateral derecho y con el rostro mirando al sureste, hacia La Meca. Las sepulturas eran cubiertas con simples tejas colocadas en sentido transversal o mediante un entramado de madera y materia vegetal que apenas ha dejado huella. Sobre ellas debió disponerse un túmulo de tierra y se señalizaban en la cabecera, en los pies o en ambos extremos con estelas de piedra, cerámica o mármol, como la aquí expuesta o la que se exhibe en la vitrina 28, conocidas como 'sahid' o testigos, pues podían llevar inscripciones relativas a la identidad del difunto. Fuera de la muralla y en las proximidades de esta misma puerta (Real), pero ligeramente separado del espacio funerario, existió un arrabal que hasta las últimas intervenciones arqueológicas era completamente desconocido. Se han identificado restos de varias viviendas y dos calles, una de las cuales conservaba parte del alcantarillado.

El paisaje urbano de Sharish era similar al resto de las ciudades de al-Ándalus. Y así se representa en el Museo. La ciudad se articulaba mediante una red de calles principales, cuya anchura debía permitir el paso holgado de dos acémilas en sentido contrario. Dichas vías ponían en comunicación las puertas con los centros de desarrollo de la vida social urbana: la zona comercial y la mezquita mayor, que en origen debió estar situada en torno a la actual iglesia de San Dionisio. Desde estas calles principales partían otra serie de vías de menor anchura e importancia enlazando el centro urbano con áreas de carácter más residencial, como son los actuales barrios de San Mateo, San Juan o San Marcos.

El tejido urbano se completaba con un entramado de callejuelas sin salida o adarves, como el que se recrea en el Arqueológico, viales trazados en terrenos privados que servían de acceso a las viviendas situadas en el interior de las manzanas.

La casa islámica ocultaba a la vista del público todo signo de ostentación. Es el escenario de la vida íntima familiar y sobre todo, el ámbito propio de las mujeres. Se dividía en varias partes. La primera es el zaguán, que funciona como un lugar de transición y, sobre todo, de refuerzo del aislamiento de la vivienda con respecto a la calle. Por este motivo, su forma tiene el aspecto de un pasillo acodado o de un espacio cubierto en el que, a diferencia de las viviendas cristianas de tradición europea, las puertas que comunican la calle con el patio nunca se encuentran enfrentadas. A veces en el zaguán se sitúa la entrada al establo sin que las bestias tengan por ello que pasar por el patio. De igual manera, servía como zona de recepción e incluso lugar en el que se cerraban algunos negocios que no se consideraba oportuno llevar a cabo en el interior de la vivienda. Otra parte es el patio, corazón de la vivienda islámica. Sirve como entrada de luz y de ventilación de todas las estancias. En él se desarrollaba buena parte de la vida familiar y se recibía a los visitantes. En ocasiones, si el buen tiempo lo permitía, se cocinaba y comía. Con frecuencia, en su zona central se localizaba un pozo -rematado por un brocal como el que se expone en el Museo- del que se tomaba el agua para todas las necesidades domésticas. La forma y tamaño de los patios es muy variada dependiendo de la calidad de la vivienda. En las casas más notables es frecuente la presencia de pórticos que preceden a los salones principales y suelen decorarse con pinturas, maderas trabajadas o yesos tallados. Un ejemplo destacado de esta última técnica decorativa es el arco polilobulado que muestra el Museo. Debió decorar el vano de acceso al 'pabellón real' del Alcázar, de donde se rescató en estado muy fragmentario. La decoración es muy sencilla, acorde con el riguroso gusto almohade y conserva restos de pintura en rojo y negro.

En la mayor parte de las casas islámicas se reservaba un espacio exclusivamente destinado para la higiene, la letrina. Estas habitaciones eran pequeñas y se aislaban del resto de la casa a través de un pequeño corredor en recodo. Tras un murete se encontraba la letrina en sí: una ranura abierta en medio de un poyete de muy poca altura. Esta ranura desaguaba por lo general en un pozo ciego y en algunas ocasiones en una alcantarilla. Algunos recipientes usados utilizados para la higiene personal en este espacio son jarritos y alcadafes o pequeños barreños, formas de carácter multifuncional que son usadas según las necesidades.

La despensa. Hasta época bastante reciente la conservación y el almacenamiento de alimentos eran cuestiones principales en la vida doméstica. Para ello, era necesario contar con un lugar apropiado en el que guardar los alimentos en óptimo estado. Es frecuente encontrar en la casa islámica una habitación auxiliar específica que también se conoce como alhacena o tinajero.

La cocina andalusí tiene un carácter de compartimento individualizado. Dentro de la casa islámica es este uno de los pocos espacios con una función exclusiva y determinada.

El salón es una de las estancias más representativas de la vivienda. Suele tener una entrada decorada, más ancha y alta que el resto de las puertas de la casa ya que constituye con frecuencia el único punto de entrada de luz y aire. Espacio de funciones múltiples y de mobiliario escaso, en él se comía, se trabajaba o se recibía a las visitas. Además era la habitación donde dormían los miembros principales de la familia, en un pequeño compartimiento llamado alcoba o alhanía. Las viviendas de alto nivel y según la extensión de la familia, contaban con dos o incluso más salones, que además podían usarse estacionalmente como salones de invierno y verano.

Numerosos objetos de uso común nos acercan a los distintos aspectos de la vida cotidiana de los habitantes de Sharish. La preocupación por la higiene y la estética se observa en todas la capas sociales. A este respecto es frecuente el hallazgo de sondas para la limpieza de los oídos o elementos de adorno personal como collares realizados en distintos materiales, siendo los más comunes los de pasta vítrea. A esta preocupación por el bienestar físico se aúna el cuidado de la salud espiritual. Junto a las preceptivas invocaciones a Dios para la protección personal o de los ajuares domésticos, los amuletos y talismanes que protegían contra el mal de ojo o contra los malos espíritus reflejan las creencias populares. Al trabajo diario nos remiten objetos como leznas de bronce y dedales de talabartero pruebas de las labores habituales realizadas en los talleres y que conforman la pequeña artesanía que surtía primordialmente a la población local. No obstante también se pueden rastrear los momentos de ocio o descanso a través de objetos como las pipas de hachís con sus limpiadores.

En la época islámica la talla del hueso llegó a cotas elevadas de elegancia, como se puede ver en una completa vitrina en este 'paseo islámico' por el Museo, como una aguja para recoger el cabello, torres de ruecas que son reflejo del hilado y tejido, principal actividad artesanal practicada por las mujeres dentro del hogar; piezas de ajedrez, ruidosos silbatos con formas de animales realizados en cerámica, que se regalaban a los niños en determinadas festividades y cuya tradición se ha mantenido hasta nuestros días en ejemplos como los siurells mallorquines o los caballitos de Andújar.

Un completo recorrido por el Jerez de los siglos X al XIII que describe cómo era la ciudad islámica en la intimidad de la vivienda y en la calle. Elementos que son testigos de la historia y que han sobrevivido al tiempo para retratar la vida y muerte de sus ciudadanos.

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