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Lectores sin remedio

Ya era hora

Portada del libro de Pérez-Reverte.

Portada del libro de Pérez-Reverte.

El otoño es una época tradicionalmente propicia para el lanzamiento de novedades literarias, y quizás influya en ello la cercanía del periodo navideño que, como sabemos, es el momento en el que las ventas –se vende de todo y por supuesto, faltaría más, también libros- alcanzan el pico anual. No es de extrañar pues, que muchas editoriales reserven pacientemente sus mejores apuestas para ese momento, y ello pese al excesivo número de novedades que irrumpen de repente en el mercado al mismo tiempo, y que dificultaran la visibilidad de muchos libros, sobre todo de aquellos que no tienen el respaldo de un gran sello editorial.

Pues bien, en estos prolegómenos otoñales, entre las muchísimas novedades hay una que sin duda está destacando sobre las demás, y que como ya muchos habrán adivinado, es la novela ‘El problema final’ de Arturo Pérez Reverte. Cuando digo destacado sobre las demás, no entiendan que con ello estoy juzgando su calidad o interés en relación a otras novedades que estos días van presentándose ante los lectores (como la última e interesante propuesta de Muñoz Molina, ‘No te veré morir’, o la de Irene Vallejo con ‘La leyenda de las mareas mansas’, entre otros muchos), simplemente doy fe de una realidad como es el protagonismo indiscutible que dicho libro está acaparando en los medios de comunicación, tanto especializados como generalistas desde su aparición, atención que viene acompañada en este caso, no lo olvidemos, por el cómplice respaldo de los lectores.

Lo cierto es que he leído ‘El problema final’ y me he divertido mucho transitando por unas páginas llenas de guiños literarios y cinéfilos - un acierto recordar a través de Francisco Foxá, uno de sus personajes, a esos autores que sobrevivían en nuestro país durante la larga posguerra, con aquellas novelitas policiacas sin muchas pretensiones pero que hicieron furor entre el público de la época-. Es esta una novela elegante, llena de diálogos salpicados de útiles observaciones para el lector inteligente, lo que se traduce en una placentera lectura, uno de los principales objetivos de cualquier novela que se precie.

Pero hay algo que creo debemos agradecer por encima de todo al autor con la publicación de este libro, y es esa reivindicación de la mejor novela policiaca, esa que pasó al olvido entre otras razones por la irrupción del subgénero negro que también hoy, como la novela clásica ayer, sufre los embates de escritores y escritoras que hacen un flaco favor sacrificando literatura por la truculencia más zafia. ‘El problema final’ (guiño a otra novela de Conan Doyle) además de hacernos partícipes como lectores de una excelente historia, es un conseguido homenaje a los clásicos policiacos muchos de los cuales hoy sólo podemos encontrarlos bien en librerías de viejo, almacenados y olvidados en depósitos de bibliotecas públicas o en reediciones de algunas valientes editoriales como Valdemar o Siruela. Ya era hora. 

Fruncir el ceño

Me encuentro en Internet una página web titulada “Escuela de escritores” en la que se recomienda no usar expresiones como “piernas torneadas”, “pechos turgentes” y “fruncir el ceño”, a las que se añaden otras expresiones (“silencio sobrecogedor, espiral de violencia, las lágrimas acudiendo a los ojos, marco incomparable, mar de dudas, mirada cómplice”) que lejos de mejorar el estilo de los escritores principiantes, acaban estos por caer en clichés vacíos de contenido e intención, que sólo delatan ante los lectores el poco esfuerzo, la escasa imaginación del creador.

Nadie está a salvo del uso de estas expresiones, pero una cosa es utilizarlas y otra muy distinta abusar de ellas. Acabo de leer dos novelas en las que el abuso de “fruncir el ceño” es muy llamativo. La primera tiene su justificación: su autora es una escritora muy novel que apenas ha echado el primer diente de leche en esto de la literatura y, por tanto, desconoce los registros y mecanismos para no caer en una repetición tan molesta y que afea sin duda el relato. Habrá que recomendarle la página “Escuela de escritores”. Pero la segunda pertenece a una escritora ya reconocida y avalada por numerosos premios. Hasta quince “fruncir el ceño” le he contado a su novela, como si ni su autora ¡ni su traductora! hayan sido capaces de echarle un poco de más esfuerzo o imaginación para no incurrir en tanto “ceño fruncido”.

No son nuevos estos clichés que señalaba Alejandro Marcos, el autor de la página web. Las novelas por entregas decimonónicas o, en general, la literatura popular siempre ha manejado o manoseado este tipo de expresiones vacías como mecanismo repetidor que facilitaba la labor tanto del autor, exigido por las prisas de la entrega, como de un lector poco exigente. Por ello, no estaría mal decidir la calidad de una novela por las veces en que sus personajes “fruncen el ceño” o se lanzan “miradas cómplices” o se sumergen en un “mar de dudas”, así la labor del crítico también se vería facilitada ante productos de escaso interés. Por mi parte, cada vez que vea una de estas expresiones, torceré el gesto. José López Romero

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