Diego del Morao | Crítica

Lo esencial y lo accesorio

Diego del Morao en concierto.

Diego del Morao en concierto. / José Contreras

El suyo es un toque muy sutil, pero que puede entender cualquiera. Inteligente y emotivo. Es un milagro que una misma familia, en tres generaciones, haya alumbrado a tres genios. Por eso la expectación, por mi parte, es máxima al llegar al concierto. Lo primero que me sorprende es que, antes de la música, se nos obsequia con un recitado. No sabía que se trataba de un espectáculo de variedades. Pero, al fin, llega la música. Del Morao abre su recital con una delicia por tarantas que desemboca en unas bulerías de estribillo subyugante. Luego una seguiriyas que se alejan del modelo de su tío, Manuel Morao, para ofrecerse íntimas, delicadas, líricas. En mitad del toque alguien pulsa un botón y una proyección azul se enciende en la pared que hay detrás del escenario. Luego el guitarrista llama a Jesús Méndez que canta una bulería por soleá sobrecogedora. Pero yo quiero más guitarra solista, más música de Diego del Morao, uno de los grandes solistas de hoy. Cuando Méndez finaliza su malagueña y encara el siguiente cante comprendo que el recital de guitarra hace tiempo que se ha terminado, sin que yo me haya dado cuenta. Dos toques, tres si consideramos el primero dividido en dos partes, y se acabó. No es que me sienta defraudado: nadie puede sentirse así ante un recital de Méndez que, además, tras el confinamiento, ha vuelto con la voz poderosísima. Pero creo que Diego del Morao ha perdido una ocasión de oro para ofrecer su música, su espectáculo, en solitario, en Sevilla, en un espacio digno, dadas las circunstancias. En su lugar, hemos asistido a un concierto de Jesús Méndez preludiado por dos toques y prologado por un recital de poemas. Entiendo que la guitarra solista es poco más que una quimera en España hoy, pero confío en que no hayamos perdido para siempre a uno de sus más destacados representantes.

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