Salvo que a Mariano Rajoy se le ocurra, a corto plazo, disolver el Congreso de los Diputados, o salvo que José Antonio Griñán haga lo propio con el Parlamento de Andalucía, posibilidades ambas realmente improbables, la provincia de Cádiz encara desde hoy un nuevo curso político sin elecciones a la vista. La próxima cita con las urnas, las europeas de mediados de 2014, quedan muy lejos y son, además, las que menos atraen al censo electoral. Y habrá que esperar aún más, hasta mediados de 2015, para que lleguen las próximas municipales.

Encara la sociedad gaditana por tanto un tiempo de barbechoelectoral que en cierto modo se agradece después de las tensiones acumuladas con las municipales y las generales de 2011 y las andaluzas del pasado marzo, una trilogía electoral que fue bien aprovechada por el PP para lograr su triplecorona y protagonizar así un vuelco político sin precedentes en el territorio gaditano.

Y el inicio, tres años después, de un curso político sin elecciones en la agenda, va a ser aprovechado por los partidos políticos para ordenar sus respectivas casas, para remodelar sus estructuras y, en cierto modo, para aplicar ese término tan manido que cada vez estimula menos a sus potenciales votantes: renovación. Cierto es que este proceso de cambios internos ya vivió capítulos cruciales antes del verano, con los sucesivos congresos regionales del PSOE y del PP y, ya en el ámbito exclusivo de la provincia, con el cónclave socialista que supuso el relevo, después de casi doce años, de Francisco González Cabaña en la secretaría general del partido y la llegada de la alcaldesa de Sanlúcar, Irene García.

Aunque todo el foco de atención seguirá estando bipolarizado por las medidas restrictivas del Gobierno central y por las movilizaciones ciudadanas que ello está generando, no deja de despertar interés ver cómo sale el PP de su congreso provincial del 30 de septiembre y, también, ver cómo resuelve el PSOE sus diferencias internas en los congresos locales que se irán sucediendo a lo largo de todo este mes.

Dos serán los protagonistas estacados de este nuevo curso político: Antonio Sanz e Irene García. El primero aterrizará dentro de 27 días por tercera vez, algo inusual en política, en la presidencia provincial del PP. Tras el relevo de Arenas por Zoido en la presidencia regional de esta fuerza política, Sanz regresa a Cádiz, si es que alguna vez se fue, con un triple objetivo: incrementar la presencia del PP en la vida ciudadana de la provincia, amortiguar en lo posible el golpe que los recortes de Rajoy puede provocar o está provocando ya en los intereses de su partido y, en paralelo, liberar de obligaciones a José Loaiza, que podrá centrarse más de lleno en sus dos responsabilidades públicas: la Alcaldía de San Fernando y la Presidencia de la Diputación.

Antonio Sanz suma en su currículum político casi cinco años y medio como presidente del PP de Cádiz, divididos en dos etapas: de abril de 1996 a octubre de 1999 y de octubre de 2004 a julio de 2006. En ambas tomó la bandera del PP con un ímpetu que no pudieron igualar ni sus antecesores, ni sus relevos en el cargo. Y de ello pueden dar fe los líderes del PSOE que mantuvieron con él sonadas disputas dialécticas.

Pero frente a Sanz no estarán ya ni Vázquez Cañas, ni González Cabaña, los antídotos contra Sanz que tenía el PSOE en sus dos etapas anteriores como presidente provincial del PP. Ese papel le corresponderá ahora a Irene García, que, sin embargo, antes de protagonizar ese choquedetrenes con Sanz tendrá que esforzarse en ordenar el algo más de medio centenar de las agrupaciones socialistas de la provincia.

Estos congresos locales, que en algunos casos pueden disipar dudas de cara a las candidaturas para las municipales de 2015, volverán a dirimir las fuerzas entre las dos sensibilidades que cohabitan en la familia socialista. Y aunque la nueva dirección provincial del tándem Irene García/Manuel Jiménez Barrios está obsesionada con que no se visualice que se mantiene la división interna, hay múltiples procesos, en especial los de Cádiz capital y Jerez, donde las distancias entre las dos corrientes socialistas parecen a priori insalvables.

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