Una mirada de entrañable nostalgia

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Una mirada de entrañable nostalgia
Una mirada de entrañable nostalgia
Bernardo Palomo

09 de diciembre 2017 - 02:06

La exposición en las salas del edificio que alberga el Consulado de Argentina se puede considerar muy interesante por varias razones. En primer lugar porque aglutina a muchos aspectos de la gran cultura del siglo XX. La arquitectura y la literatura, algunos de sus máximos creadores y sus obras más significativas son motivos principales para que una pintura inteligente nos relate asuntos relacionados con esos dos máximos sectores de una acción cultural pretérita que sigue viva en el imaginario de muchos.

Los espectadores encuentran asuntos que han hecho historia en el discurrir de la Cultura y el Arte de la anterior centuria, así como personajes que fueron claves en un desarrollo que Damián Flores lleva a los soportes con un solvente y atractivo tratamiento pictórico que, incluso, incide a favor del concepto, de las personas y de los elementos que se describen.

La exposición comienza con una serie de dibujos a grafito en los que el artista, además del planteamiento retratístico de una serie de figuras soberanas, Rafael Alberti y María Teresa León, Luis Cernuda, Fernando Pessoa, Corpus Barga y Maiakoski; retratos que se complementan con los dibujos de unos trenes que tanta influencia tuvieron en la historia del reciente pasado y que, de una u otra manera, tuvieron que ver con la vida del representado. La segunda serie, con obras al óleo sobre madera, tienen como centro de interés la Literatura, aunque, también nos encontramos con dos piezas protagonizadas por Charles - Edouard Jeanneret, el gran Le Corbuiser; en una aparece el arquitecto ante su emblemática Iglesia de Ronchamp y en otra, ante un edificio racionalista de Sttutgar. Ramón Gómez de la Serna, Arturo Barea, Claudio Rodríguez y su 'Don de la Ebriedad', Julián Ayala y Benito Pérez Galdós se nos muestran en unas pinturas mínimas pero de máximos argumentos, tanto ilustrativos como creativos. Los personajes y algunas de las circunstancias que los rodeaban, sus libros, sus hogares, los iconos con los que se les identifican son elementos compositivos de los que se vale el artista para componer un escenario donde la realidad de los escritores se nos aparece en todo su esplendor. Un esplendor visual que Damián Flores consigue gracias a que somete a la representación a un particular tratamiento pictórico planteado desde una ilustración de lo real que recuerda situaciones pretéritas. Son recreaciones que parecen sacadas de modos antiguos; una especie de vintage ilustrativo lleno de profundo efecto.

El segundo momento de la exposición, aquel que tiene como centro de interés la Arquitectura y que, también ocupa la segunda sala del espacio de Rivadavia, nos presenta una serie de edificios emblemáticos construidos a lo largo del siglo XX y que son casi iconos de aquella Modernidad que ya se nos aparece hasta como un poco lejana. La Casa Breuer de Walter Gropius, el Cine Velussia de Madrid, la Casa Venturi de Filadelfia, el Depósito Fedala que Eduardo Torroja construyó en Marruecos o el Mercado de Olavide en el Barrio de Chamberí; son obras que, si bien, no forman parte del patrimonio artístico más conocido por todos, sí son modelos de esa arquitectura que cambiaría el sentido de la misma. Damián Flores se vale de ellas para situarse en esa plástica pretérita por la que él nos hace transitar de una manera clara, discreta y tremendamente entrañable.

La exposición en Rivadavia nos conduce por el patrimonio de la nostalgia; una nostalgia que nos lleva al conocimiento de una historia querida y llena de entusiasmos.

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