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Hay gente instalada en el cabreo permanente. Se cabrearon con el permiso del Papa para bendecir a homosexuales con pareja. Ahora se cabrean con el cartel de la Semana Santa de Sevilla y la canción de Eurovisión, que no dejan de ser manifestaciones artísticas, y como tales subjetivas, en las que cualquiera puede encontrar luces y sombras. El problema es la reacción exagerada que las considera casi obra del diablo y extrapola la crítica a terrenos políticos e ideológicos, con lo que además, sin desearlo, consiguen una magnífica y gratuita propaganda para los autores.
En las críticas al cartel de Salustiano hay un claro fondo homófobo y hasta de cierta perversión sádica. A algunos ese Cristo no les parece bastante macho. También echan de menos las huellas explícitas de la tortura (sangre, llagas, rictus agónico…) Otros no admiten que la Semana Santa se represente por el Resucitado, ignorando que la Resurrección es lo que da un poco de sentido y esperanza al sufrimiento previo. A todos les recomendaríamos ver los Cristos parecidos de Guido Reni, El Greco, Cellini, Rafael… Depilados ¿Se escandalizan así con ellos?
En cuanto a la canción Zorra–aunque sea discutible la banalización de un insulto– recordar que todavía hoy se distingue entre “zorra” y “zorro”. Mientras que en masculino viene a ser hombre listo, astuto y hasta heroico –exaltado en películas y series de televisión– en femenino significa, simplemente, puta.
Sí, en ambos casos puede discutirse su calidad u oportunidad. Pero, ¿hay el mismo cabreo con la pasión y muerte de tanto emigrante, los desmanes del Emérito –financieros y corpóreos– o la venta del deporte y deportistas a monarquías tiránicas sin derechos humanos? Ay, hipócritas.
El antónimo de cabreo es alegría. Y un poco de alegría les vendría bien a los cabreados.
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