Bien sabemos desde siempre que los errores se descubren más fácilmente en los demás, en los ojos ajenos y en las conductas de otros antes que en las propias y que reprendemos con frecuencia los pequeños o grandes errores de los otros antes que reconocer los de cada uno de nosotros e incluso ignorando los que salen de nuestro interior por grandes que sean. Seguro que nadie ve la paja en el ojo propio, ni entiende que lo suyo en primera persona y en posesivo puede no ser lo mejor, sino al contrario, se buscan salidas y explicaciones que no tienen ni sentido inicial causal ni determinante de la situación analizada.

Es por ello, que se trata de felicitarnos por las dimisiones de hermanos mayores y la entonación generalizada de mea culpa que muchos han tenido a bien practicar a unas semanas vistas tras las tomas de decisiones y de comentarios sobre el espectáculo creado a falta del otro, el de las hermandades en las calles, en una semana santa pasada por agua.

La palabra dimisión no está presente en el diccionario de casi nadie de este país, sobre todo porque es una sociedad de la mentira, por eso cuando aparece de manera espontánea es como un soplo de aire fresco y novedoso que inunda todo de rejuvenecimiento y de aires nuevos para la convivencia.

Es una forma de saber estar en su sitio sin que por ello se pueda trasladar menosprecio ni sorna de quien la enarbola, sino al contrario. Sirva para nuestro provecho y para destacar la verdad y el sentido común sobre una tradición denostada de privilegios, prepotencia, orgullo y falta de humildad.

En el ámbito de lo público es donde se debe demostrar que un cambio de tercio puede ser el inicio de algo importante. Esperemos que sirva para acabar con tantos Narcisos y Judas que solo funcionan para aparentar sin ton ni son y aprendan a incluir la palabra en sus diccionarios personales. Que no se acaba el mundo.

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