En veintitantos años, muchos, incluso aquellos que se decían aficionados - algunos hasta ilustres críticos o aprendices de ello - le negaron el pan y la sal. Hasta cuando sus tardes eran páginas brillantes de la mejor Tauromaquia, los puristas de no sé qué, los aficionados que nunca habían sacado una entrada, los que se decían partidarios de otro torero que casi nunca se ponía el vestido de torear y al que se le coronó como emperador sin estado - porque prácticamente no toreaba-, ponían en duda la valía manifiesta de uno de los más grandes toreros que ha dado la Fiesta en los últimos años. El miércoles pasado, vestido con un terno turquesa y azabache sacado de una imagen en la que el gran Joselito el Gallo aparecía enfundado en uno casi igual, cortó dos orejas y un rabo. Los que de esto entienden, saben que no es habitual en la Maestranza de Sevilla. Desde los años sesenta, sólo El Cordobés, en el 64, a un toro de Núñez, Diego Puerta, en el 68, a uno del Marqués de Domecq y Ruiz Miguel, en el 71, a uno de Miura, lo consiguieron. Fue, precisamente, cincuenta y dos años y un día después cuando una faena de Morante de la Puebla hizo sacar al Presidente los tres pañuelos que le permitirían cortar las dos oreja y el rabo. Era el segundo de su lote; su nombre 'Ligerito' de la ganadería salmantina de Domingo Hernández. Morante lo hizo todo; pero lo hizo como hoy nadie lo hace. Esculpió el toreo a la verónica; extrajo de los libros de la historia pases que él transcribió con una personalidad sin igual. Cinceló los naturales, pintó el toreo en redondo, magnificó la Tauromaquia de siempre dejando sobre ella un sello que sería imposible superar. Los descreídos, que no lo veían a resultas de su galopante miopía, son ahora turiferarios empedernidos, morantistas impenitentes, partidarios de toda la vida. Me alegro por ellos, nunca es tarde para abrazar la única fe verdadera. Para muchos, se revivió aquel día de la Ascensión, uno de esos jueves que relucía más que el sol, 19 de mayo de 1966. Los toros eran de Urquijo y Curro subió a los cielos con ocho orejas en las manos. El miércoles pasado, Morante se entronizó en las alturas.

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