Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Un viaje inacabado

Para orientarse en los entresijos de la vida, es fundamental una buena guía o itinerario. ¿A quién pedir la ruta o mapa de nuestro destino? Ser faro del prójimo puede resultar impertinente y malinterpretado

¿A quién pedir consejo sobre la ruta o mapa de nuestro destino? ¿A quién pedir consejo sobre la ruta o mapa de nuestro destino?

¿A quién pedir consejo sobre la ruta o mapa de nuestro destino? / Marcus MB

Aconsejar no es fácil, ni asegura que surta efecto. Ayudar o implicarse en un atolladero ajeno resulta siempre muy comprometido. Quien pide consejo suele aferrarse al conocimiento, la experiencia o buena intuición de asesores u oráculos que merecen confianza ciega. Solemos delegar a otros la toma de decisiones personales, sin la seguridad absoluta de que haya agua en la piscina al saltar del trampolín, pero allá vamos. De ahí surgen también atinados tópicos como el de ‘consejos doy que para mí no tengo’, poniéndonos preventivamente ante la duda de si somos o no idóneos para guiar u orientar a nuestros semejantes. Esa tesitura se describe fielmente con la ‘paradoja del rey Salomón’, clásica figura histórica que acaparó tanta fama y popularidad por sus consejos o razonamientos, que acabó cegado por la codicia, idolatría y ostentación de riquezas, llevando al reino de Israel a su división.

"El Rey Salomón era conocido en todo el mundo por su sabiduría y sentido de la justicia", argumenta Jonny Thompson, profesor de filosofía en la Universidad de Oxford. "Su reino era el más rico y pacífico que jamás se había conocido. Su nombre era sinónimo de buena realeza y sabiduría. Sin embargo, en su vida privada era notoriamente caótico. Malcrió a uno de los mayores tiranos de la Biblia, su hijo, Roboam -reinó entre el 928 y 913 antes de Cristo-, convirtiendo a Judá en un pozo de abominación y pecado. Salomón tuvo muchas esposas y concubinas paganas, con una gran cantidad de hijos bastardos. Era derrochador y extravagante, y pensaba poco en la vida moderada y sensata. A pesar de toda su sagacidad en lo referente a los asuntos ajenos, era lamentablemente miope cuando intentaba ver y remediar los suyos propios”, sentencia Thompson con una rotunda conclusión final: "'Haz lo que digo, no lo que hago’, opinión compartida por otro experto en esa ‘paradoja del rey Salomón’, el psicólogo Igor Grossman, de la Universidad de Michigan, al señalar que “al célebre último monarca del reino unido de Israel, le hubiera ido mejor si se hubiera imaginado a él mismo viajando para pedir consejo a otro sabio rey”.

Orientar o aconsejar puede resultar impertinente y malinterpretado. Orientar o aconsejar puede resultar impertinente y malinterpretado.

Orientar o aconsejar puede resultar impertinente y malinterpretado. / Alexadru Crisan

En definitiva, estimular el optimismo o la esperanza del prójimo puede resultar impertinente y malinterpretado, como un ejercicio que se considera presuntuoso o forzado. No sirve de nada teatralizar o jugar con las apariencias, cuando se intenta promover la felicidad o confianza entre tus semejantes. Ser feliz u optimista es una actitud o estado anímico individual, privado, espontáneo, que llega por voluntad o conducta, o a fuerza de superación personal, o bien en momentos dulces, de elevada autoestima, pero no de forma impuesta. Así, no hay duende. Mirar o no la vida positivamente, es un síntoma de nuestra personalidad, que puede acompañarnos desde el nacimiento, o surgir inesperadamente, a base de experiencias vitales, que incluyen, cómo no, aquellos momentos horribles que nos hicieron más fuertes. Llorar, gritar y sonreír, pueden ir unidos, de la mano, provocando emociones reparadoras, como una entrañable secuencia de cine sentimental.

La influencia externa, de aquellos que nos aprecian y aconsejan, puede propiciarnos una mejor perspectiva de nuestro presente o futuro. Pero la alegría y el sentimiento optimista están en nuestro interior, listos para usarlos cuando decidamos, sin que nadie lo obligue o proponga. No es tan complejo descubrirlo, ni se necesitan obligatoriamente manuales de autoayuda para ponerlo en práctica, ni soportar canciones, sermones o plegarias repetidas de aquellos que nos invitan a cambiar de actitud. A este grupo pertenecen, por ejemplo, los que no se cansan de reclamarnos: “Debes estar bien”, cuando su intención real es que, si acabamos consiguiéndolo, ellos puedan estar así mejor, sabiendo que no tendrán que responsabilizarse más de lo que, con nuestro optimismo ya recuperado, asumiremos nosotros mismos. Puro interés en suma, nada de franqueza o cariño. Pero incluso en estos casos, no hay que tener en cuenta la doble intención de los que esperan nuestra actitud positiva u optimista, porque ése debe ser un objetivo personal, individual e inequívoco, de amor propio, ajeno a las pretensiones externas.

Se aprende mucho de optimismo y terapias reparadoras con un simple baño en agua salada de mar, o bien dulce de río; templada o fría en una bañera, incluso en piscinas climatizadas. Inmersos a cierta profundidad, estamos obligados a defendernos por nuestros propios medios. Pese a la falta de oxígeno o visión completa, debemos controlar los segundos que restan para salir de nuevo a flote; analizamos ese espacio desconocido con intensidad y reflejos, pero conscientes de que, más tarde o más temprano, hay que subir otra vez a la superficie. Tras recibir la primera bocanada de aire, que entra directa en los pulmones, notamos un impulso de bienestar inigualable y deseos de regresar a las profundidades para seguir explorando. En el fondo, nuestro día a día, la existencia en si misma, tiene mucho que ver con la práctica del buceo, sin escafandras ni bombonas de oxígeno, ni arpones afilados. Casi siempre estamos a pecho descubierto, expuestos, sin descubrir ese arma poderosa de nuestro interior que, lejos de la ingenuidad patológica, reside en el optimismo.

Cada ejercicio personal de autoestima supone un resurgir en sí mismo. Cada ejercicio personal de autoestima supone un resurgir en sí mismo.

Cada ejercicio personal de autoestima supone un resurgir en sí mismo. / Neil Craver

Hay que entonar el himno de la alegría sin aspavientos, dar pasos y observar lo caminado, sabiendo que aún podemos continuar explorando, sintiendo, viviendo. No se precisan tantos consejeros o salvavidas con flotadores que no reclamamos. Cada ejercicio voluntarioso y personal de autoestima, supone un resurgir en sí mismo, garabateado con una sonrisa en el rostro. Podemos ver cómo pasan los días, años, con sus entresijos, tragedias y efímeros momentos de felicidad, pero nuestra naturaleza optimista seguirá recordándonos con cada amanecer, que siempre tendremos por delante un viaje inacabado…

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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