Aunque nos parezca que el ombligo del mundo, en estas fechas, se encuentra en las Plazas de Plateros, en la de la Asunción, en la Alamedita del Banco o en el Gallo Azul, todos los sitios se han llenado y la gente se ha echado a la calle como si no hubiera un mañana -mañana habrá pero no sabemos cómo será con lo que está cayendo-. El jueves del Puente me fui a Sevilla a ver exposiciones. Uno que creía que la humanidad se había concentrado en el centro de Jerez cantando lo de la ‘Calle de San Francisco...’, me equivoque de cabo a rabo. En la ciudad hispalense no se veía el asfalto. Imagínense el Domingo de Ramos y la Madrugá juntos, con el personal en la calle pero sin capirotes, pues más gente había. Sevilla, literalmente, hasta la colcha. Si, ya de por sí, la ciudad goza - o sufre- una gran saturación turística, en estos días, el aluvión humano era mayúsculo.

Me dicen que Granada, que Málaga y su famoso alumbrado -la pena es que no se aprovechara también el viaje malagueño para admirar la grandísima oferta museística que allí existe-, Córdoba, la sierra gaditana, Tarifa...; todo hasta la bandera. Me alegro infinitamente. Habrá tiempo para que los cenizos horizontes impongan su inexorable potestad.

De lo que no me puedo alegrar es del malísimo comportamiento existente. La calle es de todos y no porque vengas de turista privilegiado tienes más derecho que nadie. Por cierto, no me resisto a contar lo que viví, de primera mano, el otro día en Sevilla. Una señora amiga se indispuso y hubo que atenderla. En un bar cercano a donde ocurría el hecho estaban unos turistas sentados tranquilamente, al solicitarle un asiento para la mujer, todos hicieron caso omiso y miraron para otro lado. Tuvo que ser la china del establecimiento de al lado, la que trajera una silla y ofreciera una botella de agua. Tampoco fue nada edificante el comportamiento de una taxista que, ante el requerimiento de transportar a la enferma a un centro sanitario, alegó que para eso estaban las ambulancias. Como la vida misma. El noble gremio del taxi, tan esforzado siempre, no tiene culpa de tan incívica empleada.

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