Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Caseta de Feria

No, no estaría mal que tomásemos la vida, al memos en bastantes más ocasiones de en las que lo hacemos, como una caseta de feria.

Parece que, entonces, nos imponemos el delicioso empeño de incorporarnos a la corriente de alegría en la que, unos y otros y casi todos, disfrutan del momento sin dejar hueco suficiente para desvelos y ansiedades que, claro, no van a desaparecer porque por un tiempo y sin su consentimiento, las privemos de la posición de privilegio de la que suelen gozar los más de nuestros días, pero si van a perder el protagonismo con el que, sin duda en exceso, las obsequiamos.

No estamos en posesión de la facultad que nos concede el control sobre nuestros sentimientos. Podemos, sí, intentar -digo: intentar- el ejercicio, más o menos eficaz, de un control sobre ellos, para adormecerlos, atenuarlos, o para poder seguir soñando tanto si estamos despiertos como si el caso es el contrario, o, tal vez, para tratar de evitar que nos arrastren a lugares en los que no queremos estar; en cualquiera de los supuestos, escapan a nuestro dominio.

La alegría de sabernos contentos; sentir que los que nos acompañan también lo están, dar y recibir sonrisas, ver el brillo en el mirar y paladear confianza en la bondad de lo que está por venir; no obedece a nuestros deseos, no nos la podemos imponer, no de modo sincero y sentido; cosa bien distinta sería, por las causas que fuesen al caso, tratar de aparentarla, pero esa es otra historia que, hoy, no viene a cuento.

No tenemos razón asegurada por la que estar alegres, por ejemplo, el día de nuestro cumpleaños, pero haremos lo posible, salvo circunstancias inevitables que lo impidan, por estarlo. No está apuntado en nuestro calendario emocional que los días de celebración colectiva, carnaval o feria, tengamos irrevocablemente que pasarlo bien, sin embargo, nos esforzaremos porque así sea, y esta predisposición, las más de las veces inconsciente, suele “funcionar”. Tomemos, pues, nota.

Tomarse la vida como una feria, es patente que no está dentro de las posibilidades reales de la mayoría de nosotros, pero sí lo está visitar, mucho más a menudo, esa “caseta” que deberíamos obligarnos a situar en la feria de nuestras vidas, esa en la que, cuándo la frecuentamos, nos alegramos de conocernos, pasamos por alto afrentas que no lo son, compartimos el disfrute ajeno para contagiarnos con él, relegamos pesares, reímos con lo que ayer nos ofendió… y comemos y bebemos y cantamos y bailamos… , mental y físicamente, porque esa es la intención con la que vamos, porque es eso lo que queremos hacer. Asumimos una predisposición que nos ayuda a estar contentos, elegimos las herramientas que sabemos nos acercarán a la posibilidad de no perder la oportunidad de estar y pasarlo bien. Sabemos que la ocasión, sirva como muestra la feria, no volverá hasta el año próximo, sin contar con imponderables tan posibles como probables -tenemos triste constancia de ello-, así que no queremos, ni hay porqué, dejar pasar la ocasión. Es, pues, cuestión de actitud.

Entrar en una caseta de feria es para dejar fuera ocupaciones y preocupaciones, no lo haríamos – entrar- si no contásemos con la disposición adecuada, puede que nos convenga recordarlo para aplicarnos en esa sana práctica también cuando no haya feria en la que encontrar una caseta que nos relaje y alivie.

No podremos asir la canasta en la que descansa la alegría si no buscamos el modo de agarrarla. No nos desharemos de los fardos que nos atan si no rompemos alguno de los eslabones de la cadena que nos mantiene amarrados a ellos. Es cuestión de actitud… lo es porque nos hemos demostrado, más de muchas veces, que contamos con la capacidad de hacerlo, a pesar de pesares que pareciesen no querer dejar de pesarnos, sí… es cuestión de condición.

Luces de mil fragancias, farolillos tintineantes de colores, cantes y música y alegre alboroto, nos llaman, todos, a la alegría; nos invitan a castigar destemplanzas, nos empujan al repudio de la rutina, corrosiva y caníbal, capaz de carcomer ilusiones, apagar esperanzas y devorar mañanas, nacidas para ser gozadas y vividas, no olvidadas ni frustradas ni mucho menos enterradas.

Sólo, y no es ni poco ni fácil, hemos de tener en cuenta lo obvio: para entrar en una caseta de feria, ha de haber feria que celebrar y caseta en la que poder entrar; siempre podremos, de nosotros depende, establecer una y levantar la otra; luego… luego no más hay que entrar y disfrutar.

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