
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Narcisistas sin fronteras
Confabulario
El medievo acuñó la trágica figura de Ashaverus, El Judío Errante, como una forma de simbolizar las culpas del pueblo de Israel, disperso y acuciado por la inmensidad del orbe. En el caso del Catalán Errante, don Carles Puigdemont, ocurre justamente lo contrario: don Carles arrastra sus culpas personales como si fueran las culpas de una catalanidad secular, injustamente perseguida. Aun así, ya hemos visto que a don Carles no se le ha prestado mucha atención en Copenhague, ni siquiera en su llamativa condición de prófugo. Sabido lo cual, el señor Torrent pidió a don Carles que se postulara como presidente de la Generalitat, dada su idoneidad manifiesta. Esta invitación del señor Torrent, sin embargo, no acaba de resultarnos tan franca y tan honesta como parece. Uno, más bien, diría lo contrario. De hecho, uno sugeriría que el señor Torrent quiere ser la Salomé que entregue la cabeza del Bautista (léase Puigdemont), sin que la grey catalanista se resienta.
O dicho de otro modo, el señor Torrent quiere ser la doncella de Judith, cuando huyen con la cabeza de Holofernes. La última vez que vimos este cuadro de Gentileschi -de forma extemporánea, por cierto- ha sido en La peste de Alberto Rodríguez. El resultado, en cualquier caso, es el mismo. Se trata de ayudar, de favorecer, de inducir a la decapitación del héroe, sin que se note demasiado el brazo que sostiene el canasto. También Borges trató el asunto en un extraordinario relato -Tema del traidor y el héroe- donde el heroísmo y la traición se solapan inextricablemente. Con el temor lógico de equivocarnos, uno sugeriría que el señor Torrent está favoreciendo un crimen ejecutado por otro (Rajoy), con el fin de salvar la causa nacionalista y su cuantiosa regalía parlamentaria. De esta manera se puede presentar ante su hueste, no sólo exhibiendo el martirologio de don Carles, escarnecido y errante por los países hiperbóreos, sino la honestidad de quien le suceda en el puesto. La otra opción, la de que el señor Torrent quiera entorpecer su ventaja en el Parlament, no resulta muy verosímil. Y ello a pesar de la propensión autodestructiva, del temblor apocalíptico que modula y agita al nacionalismo.
Esto significa, en cualquier caso, que el señor Rajoy tendrá que ejercer su papel de verdugo para que el catalanismo recoja, entre el horror y el éxtasis, la noble cabeza cercenada. Entonces, los pasos del Catalán Errante habrán llegado a su fin. Y será el hombre Puigdemont quien comparezca.
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