Descanso Dominical

Gitano

El racismo enseña sus dientes podridos sin necesidad de irnos a los extremos

Siempre he pensado que ser gitano en Jerez es un signo de distinción, un punto a favor, un privilegio para los que visten su piel de bronce y presumen de color y raza como el que lleva puesto un traje de Valentino. El 'flow', eso de lo que hablan tanto ahora los raperos y muchos de los que perpetran temas de reguetón, se derrama por las calles de Santiago y San Miguel desde antes de que se inventara el hilo negro. Manué bajando a tirar la basura o una abuela gitana delante de una olla de berza tienen setenta toneladas más 'flow' que un autobús lleno de Daddy Yankees, Bud Bunnys y Rosalías. Porque lo que esta gente entiende por 'flow' en realidad se llama compás, cadencia, elegancia, porte, categoría y arte. Y de eso en Jerez sabemos una 'jartá', y los gitanos más todavía.

Pero es cierto que en muchos lugares los gitanos siguen siendo un pueblo marginado. Sin motivo aparente sufren los latigazos del rechazo y la exclusión. El escenario es especialmente complejo allí donde en tiempos los arrinconaron en guetos o, incluso, asentamientos chabolistas de los que la mayoría no ha podido salir. Aunque el racismo enseña sus dientes podridos sin necesidad de irse a estos extremos; el racismo brota también en el colegio, en la cola del súper o en el restaurante de moda, con esas miradas de reojo cargadas de ignorancia y clasismo.

Terminando septiembre tuve la suerte de visitar la sede de la Fundación Secretariado Gitano en Jerez. Allí me encontré un arsenal de fuerza, juventud, ganas, talento conocimientos y futuro. Gente guapa con corazones limpios que me hicieron ver que, aunque es verdad que en Jerez hay más sonrisas que lágrimas, todavía se siguen dando casos de discriminación. Increíble. Allí vi profesionales que trabajan duro para sepultar los estereotipos, dar más visibilidad a la mujer gitana, difundir una cultura milenaria y propiciar oportunidades en el mercado laboral. Y me voy de la Fundación agradecido, con un horizonte más amplio. Y bajo las escaleras queriendo que se me haya pegado un poquito del 'flow' que tiene esta buena gente.

Cuando pienso en los gitanos siento orgullo y gratitud por todo lo que aportan a nuestra sociedad, no sólo en el mundo de las artes. Ni mucho menos. Y me traslado a la calle Lanuza de mi infancia y veo a los Medrano, a los Pantoja, a los Lara. Y me llega el soniquete de aquella mítica Peña El Mono, a espaldas de casa, donde la madrugada se recogía tarde un día sí y otro también. Y con todo lo gachó que soy, me siento un poco gitano. Que más quisiera yo. En fin, últimamente me suceden cosas así. También he empezado a sentirme un poco negro. Pero eso os lo contaré otro día.

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