Descanso Dominical

Rey Esteban

A las dos de la tarde traspasaron las puertas dos enchaquetados, de esos que parece que nunca se quitan la corbata

“todos los días son cotidianos hasta que dejan de serlo”. Así arranca Asalto al Banco Central, un libro fascinante y eléctrico de Mar Padilla. No se me ocurre mejor manera de descorchar el relato y empezar a desgranar una de esas historias que no suceden, precisamente, todos los días. Al igual que aquel 23 de mayo de 1.981 en Barcelona, la del 5 de octubre de 2022 estaba siendo una mañana más en la Venta Esteban, una casa de comidas a la salida de Jerez, antes de enfilar la autopista hacia Sevilla. Quizá les suene...

Era miércoles. El personal había levantado la baraja a la misma hora de siempre, los camareros se enfundaron en sus camisas blancas, los gorros de cocina ya bailaban entre las campanas extractoras y los fogones, la barra impoluta esperando para ver a las cañas de cerveza deslizarse de un lado a otro, el aire quieto de la sala estaría desdibujado y revuelto en minutos por la llegada de hombres de negocios, amigos en pandilla, familias con abuelos, parejas sin niños y concejales de pueblo. El paisanaje diverso y divertido de casi todos los días en el bullicio de un restaurante donde la mayoría va buscando no solo la fábrica de sabores que les ha hecho tan célebres, sino un ratito a tiempo parado, un trozo de felicidad.

Aún no habían dado las dos de la tarde cuando traspasaron las puertas dos enchaquetados, de esos que parece que nunca se quitan la corbata. Habían comido allí el día anterior. Sí, eran ellos, los que hacían tantas preguntas. El miércoles vendrían acompañados. Una mesa para ocho, que volvemos mañana. Y allí estaban. El más alto quiere hablar con el jefe y Esteban aparece con su libreta y su bolígrafo entre los dedos. Buenas tardes, ¿qué pasó?, les saluda. Ellos le comentan que el sitio que les han preparado, como que no; que mejor aquella otra mesa, la que está en el salón grande. Esteban se resiste, les explica que no puede ser, que la tiene reservada para otros clientes, y uno de ellos le espeta: “Es para el Rey. Su Majestad está en camino y llegará pronto”. La silueta de Don Felipe recortó la claridad de la entrada unos minutos después.

Así es como deja de ser cotidiano un día cualquiera. El monarca cató la berza, pescaito frito y el tocino de cielo (que dicen que se vende más desde entonces) y se fotografió con todos. Tras marcharse, Pepe, Paco y Esteban respiraron hondo y se miraron. Todo había sido real, nunca mejor dicho. Una bonita recompensa, otra más, al trabajo de años de la familia de Venta Esteban, un lugar donde no es necesario apellidarse ‘de Borbón y Grecia’ para que a uno le traten como un rey.

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