Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Globos en la casa de Pemán

Antes del nuevo brote de este virus que nos trae a mal parir, anduve con la familia de paseo por Cádiz. Fin de semana previo al día de la Constitución. Me topé de bruces con una ciudad de encendida estampa navideña. La Tacita de Plata era entonces todo menos una localidad exánime. Todo menos un lugar decadente, sombrío, de callejuelas desérticas y rincones de silencios sepulcrales. No. No era nada de eso. Ni hablar del peluquín del Love en la chirigota ‘Los puretas del Caribe’. Ni hablar del peluquín del Selu en ‘Estrés por cuatro’. Nanai. Todo lo diametralmente contrario. A medida que anochecía crecía la ambientación acunando ese candor hospitalario siempre concedido a manos llenas por la tierra de la gracia y el ingenio. Cádiz era un cascabel, un matasuegras con sabor a miel de pestiños, una alegría ex cátedra.

Cádiz tenía perfil antiguo. Cádiz, en su orografía, se verticalizaba de iluminación navideña que merecía la metáfora -luz en prosa- de Fernando Quiñones. Los cánticos parecían extraídos de un disco de vinilo de principios de los años 70 y los ciudadanos avanzaban todos en compañas generacionales de abuelos, padres y nietos -léase esto en lenguaje inclusivo para comprensión y no cacareo de progresistas de nuevo fuste-. El frío arreciaba y las mesitas de los veladores enseguida se poblaron de esa bendita rutina alimenticia tan de Cádiz y tan al alcance de todos los bolsillos: churros con chocolate.

De pronto, como un fogonazo austral de la justicia que comporta el habla popular, el apellido Pemán comenzó a sonar en labios de niños y adultos. Como un terceto encadenado del prontuario de las cosas de Cádiz. Sucedió que no pocos chiquillos aparecían por las esquinas con un globo de la Fundación Cajasol en sus frías manitas enguantadas. El resto de churumbeles -ojos como platos- solicitaron entonces a los autores de sus días uno de globos terráqueos del mapamundi de su particular ilusión infantil. Y el interrogante enseguida se formuló entre progenitores: “¡Oiga! ¿Dónde dan los globos?”. La respuesta fue idéntica en todos los casos: “En la casa de Pemán”. Lo que institucionalmente traducido resulta: la Casa Pemán, sede de la Fundación Cajasol, sita en Plaza San Antonio. El nombre Pemán no dejaba de pronunciarse en las vocecitas de los críos. “¡Venga, papá, vamos para la casa de Pemán!”. No cupo entonces mayor derrota para la monomanía perpetrada contra la figura del autor de ‘El divino impaciente’.

Quitan el monumento de Vasallo de la fachada de la casa natal del excelso articulista periodístico pero los representantes del futuro, con sus mofletes anacarados, no cesaban de nombrar a Pemán como Dios manda: por su glorioso apellido. No hay goma de borrar del oxímoron de la desmemoria histórica capaz de alejar a Pemán de la novia del aire del verba volant, scripta manent.

Decían los clásicos que el nivel cultural de un pueblo se mide por el grado de respeto a sus muertos. Eso bien lo saben los niños (de toda la provincia) que durante este mes de diciembre han alzado el signo inmarchitable de un globo como un soneto que sobrevuela la caleta -tan genovesa- de la escritura perpetua. Y, mientras tanto, desde ese velero ‘Clavileño’ de un cielo de eternidades -que es el más allá del Castillo de Santa Catalina-, sobre el edén definitivo de la mar de plata quieta, como en un gaditano París o un parisino Cádiz de fraternales reencuentros clandestinos, Pemán, Alberti y Bergamín continúan, ya inmortales -pese a quien pese-, escribiendo al alimón versos de barquitas azules, de arboledas y de alianzas pacíficas, con esa sonrisa capaz de relativizar todas las trivialidades cainitas que, como una maldición torpe, aún colea en las insípidas acciones y decisiones de algunos humanos muy poco humanitarios…

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