El Gran Corso

Bajito, expeditivo, de inteligencia suma, hoy se cumplen dos siglos de su muerte en Santa Elena

Como sabemos, El Gran Corso era un señor bajito, expeditivo, de inteligencia suma, que respondía al nombre de Napoleón Bonaparte, y al cual traemos aquí porque hoy se cumplen dos siglos de su muerte en Santa Elena, una breve isla del Atlántico sur, donde fue recluido por los ingleses. Una visión contemporánea, y no muy atenta a los pliegues de la Historia, quizá considere al Sire sólo bajo su aspecto bélico y autoritario, olvidando otras cuestiones determinantes en su fugaz y estrepitosa ejecutoria. Una ejecutoria que causó, durante muchos años, una intensa fascinación por el personaje y que acaso guarde relación con su efigie de joven general republicano. Esto es, como imperioso diseminador de nuevas libertades.

Dejando a un lado la voluminosa obra de Emil Ludwig, muy elogiosa, uno prefiere los dos volúmenes que Stendhal dedicó a la figura de Napoleón, y donde el señor Beyle, junto a una admiración expresa, ofrece una matizada opinión de los hallazgos y desafueros de aquel trueno corso. Si hemos de creer a Safranski, el Romanticismo comienza cuando los parabienes de la Ilustración, que prometían una Era de Felicidad, fueron impuestos a cañonazos por la soberbia impaciencia de Bonaparte, émula de la de Alejandro Magno. La invasión de España, con su afligida corte de "afrancesados", no deja de ser un monstruoso ejemplo de aquella idea de civilización a tiros, entre cuyos réditos cuenta, no obstante, el Código Civil. Tampoco la Serenísima del Véneto escapó a la pequeña zarpa de Napoleón, retratado a caballo por David, quien siempre viajaba con un ejemplar de Ossian y probablemente se soñara como un libertador, como una emanación telúrica de Europa. No olvidemos que Napoleón es quien concede, por primera vez, el derecho de ciudadanía a los judíos, promoviendo el futuro esplendor cultural de las ciudades europeas del XIX y el XX.

Flaubert sintió la necesidad de viajar a Oriente cuando vio subir, como en un sueño, la gigantesca sombra de un obelisco egipcio, Sena arriba. De su aventura colonial, es esta profunda curiosidad por el Antiguo Egipto aquello que ha resultado más perdurable. Ya comenzado el XX, Jung todavía encontraba en su torre de Bolingen algún resto humano de la Grande Armée, el ejército napoleónico derrotado en Rusia, y le daba honrosa sepultura. Recordemos, en fin, que la estrella de Napoleón comienza a declinar en Madrid, un dos de mayo de 1808. De aquella carnicería, popular y heroica, resumida en Goya, nacería la Europa contemporánea.

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