Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: Ceniza, tempus fugit y Javier Fergó

Cada imagen es un bálsamo de Fierabrás y un banderín de enganche.

Cada imagen es un bálsamo de Fierabrás y un banderín de enganche.

Alfa: En la exposición fotográfica conmemorativa Javier Fergó -Claustros de Santo Domingo- subyace como una especie de indecible claroscuro -escaleras arriba, pasillos adentro-, una calma chicha desprovista de susurros, que pronto se yuxtapone a la fascinación cromática de cada instantánea Entonces la obra -de autor- te vivifica, te zarandea, te acogota según la interpretación fotográfica del arte flamenco. Cada imagen es un bálsamo de Fierabrás. Un banderín de enganche. Se nota a leguas que Javier jamás echó las cuatro cartas porque nunca se adscribió a la ley del mínimo esfuerzo ni se acomodó a la bartola, sino muy al contrario: trabajó con denuedo, incluso descarnadamente, para dignificar la excelencia informativa -testimonio gráfico de vellos de punta- del fotoperiodista con talento artístico y con talante comunicacional.

Asisto a la inauguración de esta muestra porque fui -y sigo siendo- amigo y hermano -incluso de túnica blanca- de Javi, un caballero bueno en el sentido machadiano del término. Y porque su querida familia -Antonio, Charo, Laura- me invitaron con la pulsión afectiva que estas benditas personas suelen imprimir a todas sus acciones. El sitio está de bote en bote, lleno hasta la bandera. No es para menos: la ocasión lo merece. La concurrencia pasea en contradanza. Sin prisas, sin atropellos. Las fotografías de Javier Fergó nos dejan con la palabra en los ojos y con la retina en la punta de la lengua.

El personal se saluda en voz baja, a paso lento, gesticulando más que vocalizando. El respeto se agiganta. Es un acto social in memoriam con loor a perpetuidad. Las lágrimas no se contienen: las lágrimas se derraman por meritocracia ajena. Javier Fernández también acude -en una omnipresencia intangible- pero se posiciona entre las aristas de lo inmarchitable. Allí donde el dolor no existe. Y la luz despega con una expansión que no hiere. Javier habita en todos los espacios, siempre con pretensión de pasar desapercibido: un protagonista discreto que ha preferido aposentarse en el tallo de nuestras emociones color verde esperanza. Entre los asistentes nadie lleva bombín sobre la cabeza, ni gorra ni borsalino porque se trata de una muestra para quitarse el sombrero.

Beta: El Miércoles de Ceniza -su praxis, su mensaje de fondo, su aviso a navegantes, su recordatorio- deja con media estocada -con media lagartijera- a quienes -con mucha labia y poca mili- se creen dioses invictos del Planeta Tierra. Haberlos, haylos, y a porrones, como todopoderosos seres con sobradas chulerías y camándulas y poca sesera. A veces incurrimos en el craso error de nuestra autosuficiencia cuasi rayana a la inmortalidad. Y pensamos que no Dios sino el yo narcisista ha creado el Mundo. Somos altivos por deformación. Pero el Miércoles de Ceniza -pie enjuto- da media verónica a la superchería del procomún para recordarnos la finitud que nos delimita, la mortalidad que nos acorcha y la pequeñez que nos siluetea.

Tempus fugit. Explosión del nacimiento e implosión de la muerte. Pulvis es et in pulverem reverteris. ¿De veras nos creemos superiores por la adoración de un nuevo Becerro del Oro al que con mil nombres podríamos rebautizar? Quo vadis, hombre del siglo XXI tan rebobinado de vanidad y orgullo propio? No poseemos la paciencia del santo Job ni la humildad del santo de Asís. Pero sí pisamos como Othar, el caballo de Atila, para que así no vuelva a crecer la hierba. Pero sí traicionamos por la espalda, como Anthony Falconetti en la serie ‘Hombre rico, hombre pobre’. Nos creemos superhéroes sin atisbar que Pulgarcito también puede serlo.Ya comentó el Papa Francisco que “el hombre que se cree Dios, destruye el mundo”.

El Miércoles de Ceniza reverbera los corchetes de nuestra condición humana. Haber nacido ya constituye el milagro de la identidad. No desafiemos la existencia ni tampoco nos batamos en duelo con la naturaleza. Admitamos la no siempre soportable levedad del ser. Y aprovechemos el tiempo -carpe diem- según nuestro proyecto de vida, a veces tan distraído de esencias y tan pertrechado en los alegatos de la superficialidad. En los barrotes de lo meramente ridículo.

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