Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: hermandades y un credo de amor en lo invisible

El Señor de las Tres Caídas, este pasado lunes, recibiendo visitas en su sede de San Lucas.

El Señor de las Tres Caídas, este pasado lunes, recibiendo visitas en su sede de San Lucas.

Asistimos a la cristalización del hermoso resurgimiento interior de las hermandades. También de los cofrades que se quieren anónimos. No responde a una psicología de la simulación. Ni siquiera a una edénica transubstanciación de la ciudad. Jerez deja de estar figuradamente trasterrada de concordias emocionales. Ahora algo -que provine de lo sacrosanto- nos moviliza. Ni folletín ni tragedia. Ni lamento ni angustia. ¿Sí el simbolismo y la sabiduría de la Gracia? El cofrade, en estas vísperas del calambre del costillar que se nos avecina, no repite el rito de un modo automático. Aquí la verdad del interior, de puro evangélica, nos regresa a la predicción de la libertad. Socialmente el cofrade se torna necesario. Ya el 15 de abril de 1962 Joaquín Romero Murube publicó en ABC un artículo bellamente plumeado cuyo primer párrafo inculcaba mensajes harto vigentes a día de hoy: “Las cofradías son el cauce más humano, apto y eficiente para el ejercicio inmediato de esta recristianización que tanto urge en el mundo de nuestros días”. La producción periodística de Murube no ha envejecido ni por asomo. Siempre escribió como a la sombra de un naranjo en flor. Como hechizado por la musical fontana del Alcázar hispalense, bajo un cielo de arcos porticados. Como atento al dictado de las musas que gravitan sobre las barrocas volutas de la tradición religiosa. Como descrito por aquella vieja lápida sevillana de la Puerta Jerez: “Hércules me edificó,/ Julio César me cercó/ de muros y torres altas,/ y el Rey Santo me ganó/ con Garci Pérez de Vargas”.

El cofrade jerezano rebaña además el prontuario de toda alternativa. Se cuela de rondón por los atajos de la optimización del disfrute. Cualquier oportunidad es válida. Por ejemplo: fue de veras gratificante observar cómo antier lunes algunos padres -entre los que me significo- aprovechamos el puente escolar para llevar a sus/nuestros hijos -benjamines de mofletes en sonrisa- a la reconfortante ruta de visitas devocionales que -como una arabesca e inadvertida ceremonia del patrimonio inmaterial de Jerez intramuros- atraviesa los signos del tiempo por las callejuelas históricas del casco antiguo de la ciudad. Léase: y al principio fue San Lucas -templo que huele a levadura de fraternidad- con Jesucristo -el Señor del mujerío, como así lo rebautizó el gran cronista local Manolo Liaño- caído de nuevo sobre la morenez de su cercanía a la gente sencilla y cuyo catecismo se atiene -a veces como primer y último recurso- al poder de la oración -ese magisterio de la luz-. Este pasado lunes, muy de mañana, algunos niños clarearon su primera jornada de estas cortas vacaciones conociendo de cerca la costumbre de años, tan de roetes blancos de abuelas que madrugan, tan de negro luto por un dolor ajeno que nadie atisba, tan de intenciones reabiertas de par en par a la dimensión -sin puntillismos burocráticos- de la comunicación primera e incluso primaria de lo humano con lo divino.

Cuando miras frente por frente al Señor de las Tres Caídas ipso facto la brisa circundante se refresca de purísimos aromas. Explicas de nuevo a tus dos niños que se trata de su mejor amigo. Y hasta cómo el escultor que tallara la imagen, Ramón Chaveli, aquel valenciano de luengas barbas canas afincado en Jerez, pidió al bisabuelo materno de ellos dos -vecino del taller de la Plaza Mirabal a principios de la década de los cuarenta-, de nombre Diego, corpulento de físico y noble de sentimientos, viudo precoz con cuatro criaturas de poca edad en el mundo, un Supermán en la defensa de la Fe, portador de espaldas anchas del alto Simpecado del Santo Crucifijo de la Salud- que posara de modelo para el Nazareno recién encargado entonces por la hermandad de los Dolores. El sacerdote Ramón Cué nos habla de “un catedrático en la ciencia de llevar la cruz” en su obra ‘El Vía crucis de todos los hombres’. Es la mejor herencia que Simón de Cirene dejó a sus hijos. Con tres posibles consejos tácitos, jamás escritos: cómo llevar la cruz. La cruz de la vida. La cruz de la salvación. Primero: “la cruz no te gustará nunca: siempre te provocará tensión y violencia”. Segundo: “Ponte enseguida, cuanto antes, detrás de Cristo. Y no lo pierdas de vista. La clave es su Persona”. Tercero: “Si quieres llevar mejor tu cruz, carga, al mismo tiempo, con la de otro. Lo aprendí llevando, sobre la mía, la del Maestro. Tú puedes llevar la de un hermano tuyo. ¿No es otro Cristo?”.

Esta lección de cristiandad sobrevolaba -con presagios de Miserere- bajo la mirada materna de la Virgen de los Dolores, que es la Dolorosa de Esteban, el profesor de Religión de estos niños que ahora miran al Señor con un deslumbre de sentimiento y admiración en las retinas. Ambos chiquillos –“Dejad que los niños se acerquen a mí”- piden que se les alce y así los labios infantiles alcancen el beso más tierno sobre el talón del Señor. Como en un gesto unitivo que conecta generaciones de una misma sangre. De biznietos a la semilla de la pose de un hombre bueno que décadas atrás sacó adelante a su familia en las circunstancias más adversas. Las hermandades generan otras grandezas muy ocultas a la vista de toda oficialidad. Como un credo de amor en lo invisible…

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