Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Leyes ilegales

No es una paradoja, aunque lo pudiese parecer, es un hecho cierto que va en contra del derecho de las personas a ser protegidas por la Justicia.

Sabemos que muchas leyes no son justas, algo penoso y desolador, pero esto es harina de otro costal, va mucho más allá de lo injusta que pueda llegar a ser una ley, porque algunas de ellas, además de no ser justas, son, de modo obvio para el ciudadano que está obligado a atenerse a las consecuencias de su aplicación, ilegales.

El diccionario nos dice que ley es “una regla o norma establecida por una autoridad superior para regular, de acuerdo con la Justicia, algún aspecto de las relaciones sociales”. Si una ley no regula, si no todo lo contrario, o lo hace, de manera evidente, contra la Justicia, no creo cometer ningún disparate si califico a esa ley de ilegal, sin comillas: ilegal. Esta incongruencia no es un imposible: a fuerza de pretender hilar demasiado fino, o de puro cinismo, el que debiera ser protegido pasa a ser condenado y el culpable, protegido.

Al polen que acaba en miel, acuden abejas de todo tipo y especies, pero también abejorros, zánganos y parásitos varios, del mismo modo ocurre en la política. Atraídos por lo dulce del poder, trepan y pelean para llegar a sentarse allí dónde se mueven los hilos que lo manejan. Sucede, a menudo, que muchos de los que lo consiguen, ni poseen el conocimiento necesario, ni están a la altura que la ética debiera exigir para tal desempeño, ni tan siquiera merecen estar en el lugar que ocupan; sin embargo son ellos los que deciden las leyes que luego habrán de aplicar los jueces para regular, es para lo que se supone que debieran servir, las relaciones sociales en las que nos movemos, como explica el diccionario...

Si la Ley, en términos generales, no sirve para garantizar la igualdad y el respeto a los derechos y obligaciones de los ciudadanos, la seguridad del indefenso, la protección del más débil ante el poderoso, la inviolabilidad del patrimonio y, lo más importante: la libertad de todos, entonces la Ley no sirve para nada, se convierte en un conjunto de normas manipuladas, para aplicar en un juego amañado, sobre un tablero trucado. Esto es, en parte, mucho de lo que tenemos.

Los informativos televisivos diarios, la prensa y la radio, nos inquietan cada día con noticias estremecedoras, que ponen de manifiesto la iniquidad de nuestra condición humana. Como muestra terrible de lo bajo que hemos caído, me voy a quedar, hoy, con la reaparición en el escenario en el que se interpreta la infamia que nos califica, de… no sé cómo llamarlos, de… dos alimañas miserables: a una se le conoce por “el cuco”, la otra es la madre que lo echó a este mundo y nos condenó a tener que respirar el mismo aire que entra en sus pulmones: los de ella y los de él.

Tenemos, todos, una deuda con la familia de Marta del Castillo, una deuda ya imposible de saldar; una deuda de todos, sí, porque, en alguna medida, la sociedad, las leyes ilegales, la Justicia ausente, los silencios oscuros, las voluntades calladas, los cómplices, los cobardes y los asesinos, han, y hemos, permitido que Marta fuese asesinada, aún peor: que lo siga siendo cada uno de los días y las noches desde aquel triste y desolador momento en el que nos la quitaron para siempre, hace trece largos e interminables años ya. Con ella, con Marta, no tenemos una deuda, tenemos una condena, por haber dejado que se la llevaran; una condena perpetua, por no haber sido capaces de encontrar y castigar a todos los culpables, ni tan siquiera de haber dado con los restos de su cuerpo, enterrado bajo inasumibles montones de crueldad, indiferencia y horror; triste, pero consuelo al menos, sería poder entregarlo a su familia y, si es posible y son capaces, puedan continuar muriendo cada día, pero un poco más despacio…

No puedo imaginar, aunque lo intente, el sufrimiento que la familia de Marta sigue teniendo que soportar. No puedo comprender, aunque no lo intente, el grado de perversión en el que se emponzoñan esos dos seres humanos -no me queda más remedio que calificarlos así, es lo que dice el ADN que terminó por ordenar la generación de dos entes tan despreciables, degenerados, malignos e inhumanos-.

Lo que si comprendo y me niego a imaginar, puesto que lo he de exigir como derecho irrenunciable para todos los seres humanos que somos humanos, es que no haya más leyes ilegales que consientan la burla despiadada de individuos tan repugnantes, odiosos e indeseables como estos dos que, trágicamente, vuelven a ocupar nuestro tiempo y la angustia de una familia sometida al peor sufrir causado por lo peor que habita entre nosotros. 

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios