Por montera

mariló / montero

Llaman al timbre, David

DAVID tenía un acuerdo con su madre: él la cuidaría hasta su último día de vida. Caryl confió en él. A fin de cuentas era su único hijo y, aunque su vida iba de fracaso en fracaso arrastrándolo por las corrientes del alcohol cuyas mareas lo derivaban por los callejones oscuros de Minnesota que embestían contra las puertas de los bares llenos de gente rota con el idioma común de los borbotones que salen de las bocas de los borrachos, nadie sabía verlo tan nítido como ella. David regresaba a casa con el cuero cabelludo alopécico de un pelo grasiento negro, su poblada y descuidada barba que delataba haber barrido las espumas de incontables cervezas. Sus ojos oscuros y casi cerrados para no ver claramente más que la vida que se imaginaba con los ojos cerrados hasta creerse que era real. Se engañaba, David, con todo su orondo cuerpo que dejaba caer sobre la butaca del salón de una humilde vivienda donde guardaban su acuerdo. Ella, lo miraba, día a día, año tras año, en ese sillón que para él era el único lugar donde refugiarse del mundo. Ese sillón frente al televisor que le servía durante todas las horas del día y la semana partidos de beisbol y series de televisión americana que lo adormecían mientras su madre lo miraba callada, rendida y resignada. Pero al menos lo tenía en casa. Un tío enorme, con cuarenta y tantos años, alcoholizado, malhumorado, ocioso, mejor dicho vago y abusón.

Caryl iba cumpliendo años. David tenía fama entre los vecinos largones de que la trataba mal. Por eso la Policía se acercó un día, llamó al timbre para ver cómo estaba Caryl y al verla hecha un desastre, quisieron detenerlo. Aun estando vestida con ropas sin lavar desde hacía meses, con su cabello enredado, la piel escamada, llagas en la boca y las heces pudriendo sus muslos convenció a los agentes de que su hijo David la quería y la cuidaba bien. David y Caryl siguieron conviviendo juntos. Hasta que un día, Caryl, al cumplir los noventa, murió. David la miró postrada en su cama y al no responder certificó su muerte colocando su cara cerca de los agujeros de la nariz. No salía aire. Caryl no se movía. Fue una faena para David, que sobre el cuerpo inerte de su madre empezó a acusarla de haber roto el acuerdo. Bueno, una parte porque la segunda era que ella le cuidaría a él. Así que David cogió a su madre, muerta, la sentó en una silla de ruedas, le cubrió hasta los pies con una manta y así la arrastró hasta el banco Fargo Wells. Entró en la oficina, pidió 850 dólares al personal del banco que intuyó que arrastraba un cadáver. Regresó a su casa desde donde notificó a la Policía el fallecimiento. Hoy David sigue sentado en su butaca frente al televisor viendo beisbol y las noticias donde los presentadores del telediario comunican que un hombre de Minnesota va a ser detenido por robar y cuidar mal a su madre.

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