HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Memoria de Recaredo

El título de este escrito, como habrá advertido el lector suspicaz, es disparatado: nadie puede tener memoria de Recaredo. Se ha dicho en repetidas ocasiones en los últimos años: la memoria es personal y la memoria histórica, por más leyes que se decreten con ese nombre, es la Historia. Hemos querido traer aquí hoy al lejano rey godo, porque entre los días 5 y 7 de mayo de 589 hizo profesión pública de fe católica y abjuró del arrianismo, una herejía bizantina razonable. Aún no había España ni españoles y ya la Península fue una unidad política y religiosa. Para la inestable monarquía goda era un riesgo añadido que unos cien mil godos arrianos gobernaran sobre seis millones de romanos católicos. Los teólogos, cuya misión es contener en una telaraña de palabras y conceptos lo inabarcable divino, habían llegado a tales sutilezas que el arrianismo y el catolicismo parecían la misma fe. Pero no era así, de manera que Recaredo cerró un paréntesis en Hispania sin demasiado conflicto.

La inestabilidad de la monarquía goda, cuando estaba cerca de pasar de electiva a hereditaria, trajo el paréntesis morisco que, con mucho esfuerzo y tiempo, cerraron también, y para siempre, los reyes cristianos. Los godos desaparecieron como pueblo, dejándonos algunas influencias, no tantas, nos parece, como cree Jurate Rosales en su interesantísimo estudio, y los católicos romanos seguimos aquí con el nombre de españoles que nos dieron, según Américo Castro, los provenzales. De aquella Hispania lejana, más romana que goda, lo único que ha permanecido sin ruptura hasta hoy, después de siglos, guerras, desaparición de pueblos y aparición de ideologías extrañas, ha sido la fe latina. La fe no es necesariamente una creencia con el concurso de la Gracia, sino la conciencia de pertenecer a unas formas de vida nacidas de un sistema de pensamiento, que no es sino la herramienta de pensar. No hacen falta muchas palabras para hacer ver una verdad a los discretos: la última revolución, el último cambio peninsular fue la llegada de Roma y el cristianismo. Desde entonces, todo se ha resuelto en revueltas, algaradas y escaramuzas, anécdotas de la historia.

Recaredo no se sentía romano, a pesar de estar muy romanizado, y en la distancia lo vemos como un rey extranjero; pero está en los anales como el soberano iniciador de una idea de España, que se fue fijando en la Edad Media y que no hemos olvidado. Si no es por el moro Muza, que vino a enredar, la monarquía hubiera terminado por ser hereditaria y España tomado el papel civilizador que dejamos vacante para Carlomagno. Los españoles somos herederos de todo lo bueno y lo malo del pasado. El deseo de novedades nos despierta la fantasía histórica y la curiosidad morbosa, el atractivo por lo malo. Desde Recaredo hasta hoy no ha pasado nada esencial en el ser de España.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios