Fernando Taboada

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Habladurías

06 de septiembre 2015 - 01:00

ODIO esas cartas tan largas. Cuando me siento en un restaurante y me trae el camarero una lista plastificada del tamaño de una pancarta, con sus correspondientes tapas para el picoteo previo, las raciones y las medias, sus platos del día, más los correspondientes postres y esas sugerencias del chef que nunca pueden faltar para darse pisto, aparte de ponerme un poco nervioso (porque creo que no voy a tener tiempo de leerme todo aquello antes de que cierren la cocina), me suelo aturdir ante tanta literatura gastronómica. Con lo fácil que sería ofrecer sota, caballo y rey.

Pues algo parecido es lo que me ocurre cada mes de septiembre, cuando después de una temporada sin escribir nada que no sean postales, me toca reincorporarme y elegir un tema al que hincarle el diente desde este artículo. Y es que abres el periódico y, como pasa con esas cartas interminables de los restaurantes, sufres cierta sensación de vértigo, lo ojeas del derecho y del revés, buscas y rebuscas en cada sección, y todo para acabar rindiéndote por la falta de entrenamiento.

Porque en este guisote informativo con el que me he tenido que enfrentar había para todos los gustos: la fritanga de siempre, con el olor a rancio que tiene el aceite usado mil veces (me refiero a casos tan pringosos como el de esos desvíos de fondos públicos para adecentar los colegios de Cádiz que acabaron en manos equivocadas); pero también hay pijadas sin mucha sustancia, como las propuestas que hubo de retirar el busto de Pemán del teatro Villamarta (que hacen que el comensal se encoja de hombros y espere a ver si el siguiente plato tiene más chicha); o te tropiezas con la pejiguera soberanista del presidente catalán, que te hace recordar a esos niños un poco obtusos a los que no hay manera de sacar del huevo frito con patatas.

Hay guisos muy picantes sobre los que sí que tienes opinión -como el caso del transexual que quería ser padrino de un bautizo- pero sobre los que ni te molestas en escribir porque sabes que, si lo haces, se van a cabrear tanto los transexuales que quieren ir a misa como los católicos que no han pasado por el quirófano para esos menesteres.

Pero el plato que aparece en todas las cabeceras de los diarios este verano es el que tiene peor digestión. Desgraciadamente la avalancha de refugiados que huyen de la guerra en Siria ha desplazado al resto de noticias rebajándolas a mera anécdota. La receta se parece más a la del cóctel molotov que al de gambas, y todo porque la mejor manera que se me ocurre de machacar al fanatismo musulmán sería demostrando que las libertades europeas les dan mil vueltas a sus chaladuras medievales (y que la guerra contra el terror yihadista se podría ganar acogiendo a quienes lo desprecian), pero resulta que en Europa tampoco sabemos si está el horno para bollos.

En fin, que con semejante menú por delante lo normal es que se le pase a cualquiera el apetito.

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