Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Los trenes de ayer son ya de bicicletas de verano, el del otoño llega a toda prisa y casi sin parar en la estación. Por eso, lo importante es que siga haciéndose justicia con el paso del tiempo. Pero para todos y todas. Que sepamos subirnos a tiempo, en el vagón adecuado y con la mochila llena de esperanzas. Porque todos necesitamos abrir el corazón antes de que deje de latir y expresar a modo de juramento lo que desea que la vida le depare con firma y rúbrica y si puede ser ante notario.

Lo que pasa es que las estaciones pasan tan deprisa que no sabemos ocuparnos de nosotros mismos porque en el fondo nos da pánico. Nos montamos en las norias de cada cual sin darnos cuenta que se nos escapa el tiempo. Preferimos dejar las riendas de nuestras vidas en manos de príncipes republicanos o princesas de seda, de desfalcadores honestos, de cerebros con pérdida del juicio o con gente que se lleva el mérito a costa de los demás. Sabemos que esto pasa, que la gota que colma el vaso es la de la dejadez. La esperanza de vida ha crecido tanto que nos tenemos que hacer seguros de vida para el centenario, y de esa forma, poder llegar a los noventa con perspectiva de vida sin miedo al incierto futuro por si a Dios se le ocurre acordarse de nosotros. Los otoños son cada vez más largos, las demencias más frecuentes, las dependencias más inquietantes, las pensiones más entelequias y los tacatacas ganan la carrera a los patines eléctricos por aceras y parques. Lo del otoño no es una metáfora. Más bien una sorpresa. Que llega sin avisar. Casi siempre cogiendo desprevenidos a los protagonistas, ensimismados en cuitas vacías, y sin el don de saber vivir o al menos preparados para lo que se avecine. Es como si las hojas que caen de los árboles tuvieran la capacidad de, al rozar con el suelo, volverse camaleónicas y recuperar el brote verde de la esperanza.

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