El PP ha hecho lo mismo que el PSOE en sus primarias. Votar al candidato que más se parecía al competidor de su bando ideológico. Sánchez ganó con una buena ración del programa contestatario de Podemos, aunque sin las arrogantes maneras de Iglesias. Y Casado ha ganado con el estilo moderno y directo de Rivera, incluso con parte de la intransigencia de Ciudadanos, formación cada vez más instalada en la derecha. Sale derrotado del congreso del PP el marianismo, manera burocrática de administración que arrinconaba la ideología. Gobernar se reducía a manejar con destreza el cuadro de mandos del poder.

Con Soraya Sáenz de Santamaría, la heredera de esa tecnocracia sin sal, sin azúcar y sin cafeína, pierden el congreso un grupo de jóvenes ambiciosos de la política andaluza, con Juanma Moreno, Fátima Báñez, Antonio Sanz y Elías Bendodo a la cabeza cuyo futuro laboral y político se ve lastrado. El trágala al que han sometido al partido de que los afiliados ya se habían pronunciado era doblemente falaz. Primero, porque en la primera vuelta los dos finalistas quedaron muy cerca. Y en segundo lugar, porque hurtar la votación a los compromisarios era incumplir los estatutos del PP. Y precisamente cumplir leyes y reglamentos a rajatabla es la exigencia que el dontancredismo marianista le ha repetido una y otra vez al independentismo catalán. La derrota también empequeñece a viejas glorias de la derecha andaluza como Celia Villalobos, Javier Arenas o Teófila Martínez, que apostaron a perdedor por una vez.

Andalucía vuelve a demostrar lo poco que manda en España. Susana Díaz fracasó el año pasado en su asalto al poder en el PSOE, de la misma manera que Juanma Moreno lo hizo ayer. El jefe del PP andaluz, embriagado por el triunfo rotundo en la región de su patrocinada el 5 de julio, le llevó a exigir a Casado que se integrase en la lista de SSS. El desenlace de ayer le habrá bajado los humos. Ahora necesita que el nuevo presidente del PP le ayude a captar votos en las próximas elecciones andaluzas. Le va a hacer falta, porque las encuestas le auguran malos resultados en la eventual convocatoria de otoño y en su partido ya no será un barón influyente.

El discurso de la brillante tecnócrata resultó frío y altanero. Pretender que con el 36% de los votos representaba a todos los afiliados es un grave error. A Arenas le han fallado sus cálculos... y los métodos. Les ha ganado un político definido de manera nítida en campaña como muy conservador. Casado galvanizó a su congreso y consiguió el cambio de guardia. Más difícil será que logre la vuelta de un PP como el de Aznar, que aglutine todo lo que hay a la derecha del PSOE. Liberales, democristianos, conservadores y ultraderecha no están juntos en ningún país de Europa. Sería, por utilizar el léxico pepero, un partido Frankenstein. El joven Casado tendrá que acotar su espacio. Su PP será más estrecho que el de Aznar. Seguro.

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