Cambio de sentido

Pantallismo

¿Cómo no usar el móvil a modo de mechero conciertil y no poner la pantallita entre el presente y tus narices

Bob Dylan dejó dicho que en sus conciertos no se sacara el móvil, por lo que supongo que habrá habido más de un infartado: para qué ir a un concierto de una leyenda viva si no puedes ponerte en medio de todo aquello y subir un reel o como se llame, con los ojos arrasados en lágrimas, contando que “jo, es todo muy fuerte”. Cómo no usar el móvil a modo de mechero conciertil y no poner la pantallita entre el presente y tus narices. Cómo no impedir la visión, a quien quiera verlo de veras, alzando tu móvil junto al enjambre de otros móviles, a la altura de su cara. Cómo no consultar en tiempo real en qué año se publicó el tema que está cantando. Y entonces, ¿no se hace viral cada momento? Cómo se nota que el viejo Dylan va de jipi y de sobrado y no necesita estas cosas…

De un tiempo a esta parte tengo un nuevo sueño recurrente. Cada dos por tres, sueño que avanzo por un paisaje que me entusiasma, lo quiero atrapar con mi móvil y compartirlo a alguien por wasap, pero aquello que retrato o grabo es radicalmente distinto a lo que ven mis ojos. En lo real hay un monte verde, por ejemplo, y en la imagen sale un desierto. O al revés, la tierra yerta se transforma en un paraíso en la pantalla. Tal vez mi inconsciente capta que, en este mundo empantallado, asistimos en primera persona a un juego de espejos que deforman lo real y engrosan la máscara de cada individuo que se presta a este juego. Los actos colectivos se convierten en pseudoacontecimientos–hace décadas que Giovanni Sartori nos previno de esto–: son porque hay una pantalla, se diluye su esencia en la apariencia, y dejan de consistir en gente junta viendo o escuchando algo para pasar a ser una sumatoria crematística de individuos ensimismados que viven por su cuenta la movida. Los conciertos en los que, además, se ve el escenario a través de la realización retransmitida en pantallas, que a su vez grabamos y subimos desde nuestros móviles, son una fantasía fractal deliciosa. Un día voy a mandar a mi móvil en dron a un concierto de esos en los que se ve el escenario a través de pantallas, y que después me lo cuente.

Como cuando se iba la luz durante la tormenta, y entonces los amantes volvían a serlo, al insomne le entraba sueñecillo y los niños pedíamos cuentos de terror a la luz de las velas, llegará el momento en que nos quiten un ratito el móvil (ese chupete) y entonces, después del mosqueo y el monazo, sentiremos que la vida son más cosas. Fijo que también nos cobrarán por ello.

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