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La estética cofradiera ha pervivido en incesante metamorfosis. Dentro de ella, la imaginería no ha sido una excepción. Por el contrario, las viejas esculturas procesionales han sido, a lo largo del tiempo, retocadas, mutiladas y hasta sustituidas en función de los cambios de gusto. De entre todos los ejemplos que se pueden poner quizás el más llamativo sea el de la Virgen de las Angustias. La reciente protagonista del vía crucis de las hermandades es el producto de sucesivas transformaciones. Nada queda en ella de esa efigie colocada hacia 1558 por Fernando de Morales en aquel humilladero. Tampoco vemos ya esa otra barroca, resultado de la moda de vestir las imágenes. En 1925 Alfonso Gabino cambió la cabeza mariana. Y en 1942 Ramón Chaveli talló un nuevo cuerpo y sustituyó la figura de Cristo por otra de mayores dimensiones (y de inferiores valores histórico-artísticos). Rompía además así con toda la tradición iconográfica precedente, pues la actual Piedad de inspiración miguelangelesca dista mucho de la que reproducen grabados del XVIII o XIX o aparece en el curioso cuadro de Ánimas de la propia capilla de las Angustias. Allí Cristo no reposa sobre el regazo de su Madre, sino que se dispone en el suelo descansando su espalda y su brazo izquierdo sobre las rodillas de María.

De este conjunto persiste la talla de Jesús, restaurada, aunque oculta en dependencias de la cofradía. De ella destaca de manera especial su cabeza, que cae dramáticamente hacia un lado y muestra un rostro de profundo patetismo. El cabello, de técnica abocetada y dibujo sinuoso, delata una cronología a caballo entre el seiscientos y el setecientos. Desde luego, ya existiría en 1722, cuando Diego Manuel Felices copia su composición en las Angustias de San Dionisio, lo que prueba la antigua popularidad de esta obra, hoy tristemente relegada.

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