Alberto Núñez / Seoane

Rectificar, es de sabios, ¡y tan difícil...!

Tierra de nadie

05 de mayo 2008 - 01:00

PERDONEN la insistencia, pero es que, a veces, uno va descubriendo mentiras donde pensaba que había verdades; a veces, uno se va dando cuenta que algunos cimientos que creía firmes, son puro de cartón piedra; a veces, los postulados, se tornan falacias; tan triste como decepcionante, tan cruel, como veraz, tan irritante, como desesperante.

Leo en las noticias, un día tras otro, da igual que sea en "El Mundo" o en "El País", como las miserias y debilidades de un partido, el PP, salen a la superficie provocándome un rubor que presumía superado.

Las derrotas, sirven para que los grandes se hagan más grandes; para que los fuertes se fortalezcan, para forjar a los luchadores. Pero también empequeñecen a los diminutos, debilitan a los frágiles y arrasan a los cobardes. Así es y de ninguna otra manera.

El varapalo que las últimas elecciones generales ha supuesto para un partido que opta, con derecho y posibilidades, al Gobierno de España, podría, y debería, haber servido para rectificar errores, buscar alternancias operativas, remodelar doctrinas, renovar candidatos, evolucionar principios ideológicos, reconocer incapacidades, asumir fallos y un largo etcétera que no detallo para no rayarles; sin embargo, parece que la vanidad de los candidatos a vencedores -perdedores, no por el resultado de los comicios, si no por el estúpido engreimiento que su actitud supone-, es mucho más fuerte que cualquier atisbo de humildad, porque de sentido común y espíritu de servicio, mejor ni hablamos.

Nunca seremos capaces de prever, ni de lejos, lo que los acontecimientos que quedan por venir, puedan llegar a influir en nuestras vidas. Lo incierto del mañana condiciona, bastante más de lo aconsejable, el hoy que vivimos y, ni siquiera la certeza inamovible del ayer, nos ayuda a asumir con coherencia esta realidad, convirtiéndonos en esclavos de una libertad que no alcanzamos a merecer.

Las payasadas dubitativas de Esperanza Aguirre, burlando la paciencia de los que aún nos interesamos algo por la política; los amagos, desinflados antes de llenarse a medio gas, de un Mariano Rajoy que flaquea como el líder que nunca ha llegado a ser; las indefiniciones irrisorias de Ruiz Gallardón, queriendo estar sin estar queriendo; los silencios de Javier Arenas, incapaz de asumir la mediocridad de una oposición tan gris como su futuro político; el vacuo protagonismo de un liderazgo inexistente en el PP catalán; la vulgaridad asentada en la inercia inapetente del partido, en Castilla-León; el desgaste institucional de Núñez Feijó, sin digna solución de continuidad, después de Fraga, en Galicia; la nulidad ejecutiva de los populares en la Comunidad Balear; la eterna insignificancia representativa de los populares en el País Vasco…

Podría seguir, pero creo que ya vale, porque no trato de hacer un inventario exhaustivo de las, en mi opinión, graves carencias del PP, si no más bien de denunciar una evidencia que, a fuerza de maquillarla, han mantenido bien oculta, pero que tanto la pre-campaña electoral, como el resultado de la votación y la etapa posterior a los comicios han mostrada en toda su crudeza. La trascendental incongruencia que padecen sus dirigentes, el cinismo reaccionario que carcome su ideología, junto con el trasnochado y farisaico proceder de sus líderes, negándose a asimilar lo incontestable de las circunstancias en las que se encuentra el partido, demuestran bien a las claras, su cortedad de miras, lo estrecho de su mentalidad y el fracaso de un proyecto que rehúsan revitalizar.

Me resulta de un patetismo conmovedor, la carencia de alternativas en la clase política que representan, me preocupa la tozudez carpetovetónica de los que pueden tener en sus manos el futuro de todo un país y, con él -que es lo más grave-, el de las gentes que lo habitan.

Me parece, a más de impropio, desesperanzador que a los aspirantes al gobierno de la "cosa pública" en España, les quede tan ajeno aquello que dicen, de sabios es: ¡rectificar!

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