Sufre el caballo a su llegada temprana a los aledaños del Real –llevado a la mano por el mozo de cuadra de turno– la espera y retraso del jinete o la amazona –quienes descansaban tras el flamenco de la madrugada anterior, ajenos a que el caballo es por sí mismo deportista y postinero– y desde que le llevaron al amanecer cerca del guadarnés y vio cómo le ponían sus atalajes mejores, supo que habría paseo y competencia entre los suyos.

Sería la niña que había regresado de no sé dónde, quien vestida a la amazona le llevaría por el Real… Sería un joven vestido de corto, de la casa de su dueño, quien subiría a la grupa a una juncal muchacha, cuyos volantes de la falda larga acariciarían sus andares mejores por el paseo de caballos por el Real. Dependía de la montura que le pusieran. Además, le habían suministrado unos puñados extras de pienso –lo que significaba que estarían hasta tarde fuera de la cuadra–, habían trenzado sus crines con esmero y recogido artísticamente su larga cola y el cuero de sus guarniciones estaba particularmente lustroso hoy. Era, pues, un día de fiesta, es la Feria del Caballo, que ya doblaba el medio siglo de existencia. Vamos a por la tercera copa de jerez para celebrarlo.