Por los años 1958. Mi familia solía montar una caseta, colindante junto a otras, a la feria del ganado. Estaba junto a la Caseta de La Maora, a la de Lola Armario y las permanentes de Gamboa, o la de Lozano. Se llamaba “Los Churumbeles”, que años después fue obligada a cambiar de nombre porque eso de “churumbeles” no era nombre español, y se llamó “Los chavales” En la caseta de La Maora se escuchaba de noche buen flamenco hasta altas horas.

A la feria, desde la bda. La Plata, llegábamos la chiquillería con mi abuela en coche de caballo y en la Rosaleda asentábamos nuestros reales y nos comíamos los bocadillos. Los nietos y algunos vecinos compartíamos viandas, gaseosa o vinos, éstos de “medio tapón”: Fino Campero, Fino Mackenzie… Se montaban grandes anafres y grandes perolas para freír pescado: chocos, pescadilla que se mordía la cola, menudo…

Recuerdo un año que a la víspera de feria, se incendió una aserradora en el parque y se temió por si el fuego se extendiera a las casetas. Las montañas de lechugas se enjuagaban en agua limpia y se comían fresquitas por la feria de ganado. Muchas casas campañas, burros, mulos, caballos.

Feria desde 1264 y la de septiembre, ambas libres de impuestos en el espacio desde La Puerta Real hasta la Pl. La Yerba, alumbradas con fogatas. “Rumbo y elegancia…” según Pemán.

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