
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Artes y oficios
Bloguero de arrabal
Leer la Regla de San Benito puede ser síntoma de deterioro cognitivo, pero es uno de mis referentes. Me he abismado en su Regla, y en Ignacio de Loyola, en Teresa de Jesús o en el quietista Miguel de Molinos para aprender a meditar, pero no lo consigo, y he llegado a la conclusión de que, si no medito, es por carecer de vida interior. ¡Cómo he envidiado a esos místicos, a los yoguis y a todos los que consiguen husmear en su adentros para conocerse mejor o para citarse íntimamente con seres a los que no han sido presentados –a los que nunca verán, sin la ayuda de pastillas–, y con los que jamás se tomarán una cervecita! Al final, me consuelo pensando que quizá la vida interior (como las vacaciones, para Feijóo) esté sobrevalorada y que su carencia puede ser una maldición pero también una bendición. Una de las ventajas es que casi no tengo pesadillas ni sueño con monstruos ni con endriagos: yo para Freud sería una tabla rasa. Sin ninguna rebaba que limar o conflicto inconsciente que psicoanalizar. Pero sí suelo soñar con que no he terminado Filosofía y Letras, porque me falta por aprobar la Paleografía (que me la suspendió, con toda justicia, cinco veces el que fuera rector, don Antonio Marín Ocete). Y aquí me tenéis, revisando papeles para encontrar algún documento que certifique y deje bien sentado que he ejercido la profesión de profesor, legalmente, amparado y avalado por los títulos necesarios. Por ahora, solo he encontrado un certificado de haber impartido durante el curso 1969-1970, en la Universidad, la asignatura de Geografía Lingüística. Y entonces, si no habías terminado la carrera, no te dejaban dar clases: “Habiéndose observado en este acto las formalidades legales”, deja claro el documento. Estoy contento porque en esta tarea de desempolvar viejos legajos me estoy topando con mucho material para, por fin, redactar mis memorias. Pienso titularlas La alameda Perdida, en homenaje a Alberti y a las choperas del Genil que tanto frecuenté en mi leda juventud. En el certificado expedido por la Universidad y firmado por mi respetado maestro don Emilio Orozco, vicerrector a la sazón, incluso se consigna el sueldo: 48.000 pesetas anuales. Ya me puedo presentar a sereno de mi manzana sin temor a que se me denuncie por haber falsificado título alguno. El documento está a disposición del público.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Artes y oficios
Línea de Fondo
Santiago Cordero
Cambio climático
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, verano de 1908: bonete, palmatoria, esponjera y tocador (III)
Quousque tandem
Luis Chacón
¿Quién no querría ser del sur?