Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez y San Fernando: la magia de dos académicos en la noche del 5 de enero

Foto de grupo en el Pregón de los Reyes Magos pronunciado por Andrés Luis Cañadas.

Foto de grupo en el Pregón de los Reyes Magos pronunciado por Andrés Luis Cañadas.

No ‘El discurso de la mentira’ que, plumeando un centón de certezas, escribiera Joaquín Romero Murube. No la ficción por la mera ficción, tan del enfoque de Woody Allen. Sí la magnitud de la verdad que nos hace libres, como figuraba en el frontispicio de la entrada del antiguo edificio de Cope Jerez en calle San Agustín. Sí “lo real maravilloso” y el realismo mágico de Alejo Carpentier. De este modo sí puede definirse la incólume costumbre que dos veteranos académicos de la provincia de Cádiz repiten y fidelizan cada noche del 5 de enero. Nuestros dos académicos por ende cultivan la honestidad a sí mismos en esta noche de párvulos ojos abiertos, del reino de la inocencia infantil, como un esdrújulo guiño a la alegría ahora en ademanes de chiquillos expectantes (fontana de mofletes que besan la impaciente espera de la amanecida, de las primeras claras del día, del quijotesco al alba sería…), kilométrico nerviosismo color celeste, chupetes en vaivén, diálogos -nunca en sordina- con la almohada… Me refiero a José Carlos Fernández Moreno, gran prohombre de la cultura de la ciudad de San Fernando, de origen y procedencia jerezana, alma mater durante décadas de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes y asimismo hago alusión al periodista Andrés Luis Cañadas, referente a su vez de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras. Estoy de acuerdo con la alcaldesa María José García-Pelayo cuando afirma que “Andrés Luis es de esas personas que han contribuido a que Jerez sea la ciudad que hoy es”.

Pues bien: vayamos al grano. José Carlos Fernández es padre de un hijo también periodista -José Carlos Fernández Moscoso- y hoy joven que orilla el medio siglo. Padre e hijo se quieren a rabiar. Nada extraño -y no sólo por razones consanguíneas- para quienes conocemos la categoría humana -la sencillez, la grandeza de la humildad- de quienes, entrambos, han demostrado la excelencia de una forma de ser (de tal palo, tal astilla) -basada en el afecto, en el trabajo ímprobo, en el esfuerzo profesional, en el respeto a sus iguales-. José Carlos padre, en calidad de tal, todos los años, desde que el hijo fuese un bebé de labios de biberones, y aún después durante la infancia y la adolescencia y todavía en la adultez, siempre, en la noche del 5 de enero, abría la puerta del dormitorio del pequeñín para comprobar in situ que ya se había entregado a los dulces brazos de Morfeo, sumido en el más poético y expectante de los sueños. Como un ángel arropado entre sábanas de ternura. Al constatar el descanso del niño, José Carlos sonreía silente -repitiendo otra vez la expresión gestual reescrita por un alfabeto de besos imaginarios-, volvía sobre sus pasos, de puntillas, y regresaba al fuero interno de su gozo para dar gracia a Dios por este instante tan alboreado por el jazmín de la felicidad.

Es reto, es rito, que José Carlos jamás abandonó según esta anual madrugada coronada por la Estrella de Oriente. El hijo, bailando los años como en acompasado ritmo versallesco, creció. Se hizo mayor. Se hizo hombretón. Se convirtió -tempus fugit- en adulto. Se alió con la connatural ley de vida. Conoció compañera y, consecuentemente, se independizó. La relación padre/hijo continúa sosteniéndose en la misma unión inmarchitable e infranqueable de siempre. Empero, ahora, cada anochecida de esta madrugada que da luz a la Epifanía, el pequeño rey de la casa -que es quincuagenario- ya no habita en ella. Esto no es óbice para que el autor de sus días, su padre, siga abriendo cada madrugada del 5 de enero la puerta del dormitorio de su hijo, aunque ya la cama aparezca vacía -como un signo inapelable del dictado de todos los calendarios, como el efecto tictac de una colcha sin latido-. No obstante, y a sabiendas de que en el interior del cuarto de la camita desierta sólo resuena hoy la soledad sonora de canciones melancólicas -las mismas que sostienen las pilastras de la nostalgia-, José Carlos, apoyado sobre la verticalidad de un bastón muy negro, abre de nuevo el dormitorio dibujando en su rostro -tal antaño- la expresión risueña de la veracidad que constituye el milagro de los Magos.

Como así, aunque en otro sentido, también procede el bueno de Andrés, quien -inmerso en un hogar que antaño conociera el dinamismo y la vivacidad de un matrimonio feliz y enamorado hasta las trancas y la algarabía de cuatro hijos siempre metidos en la danza de arrumacos y jugueteos permanentes- tampoco ha abandonado el académico jerezano su sana costumbre -generosa por lo demás- de dejar -de seguir dejando -en el salón de casa algún sustento nutricio -esto es: leche y galletas- para sus Majestades y asimismo para alivio de los camellos. De modo que todos los 6 de enero amanezcan los vasos de leche medio vacíos y el plato con sólo algunos restos de galletas. Los Reyes Magos, queridos lectores, no es realidad únicamente circunscrita a la infancia. Melchor, Gaspar y Baltasar son la fascinante permanencia del crío que siempre habitará dentro de nosotros. Como así, doctos custodios de la universal ilusión que nos mueve y conmueve, siguen demostrándolo José Carlos y Andrés, dos ilustrísimos niños que esta noche otra vez harán cuanto sus corazones ya presienten. Como un acto de identidad. Como un acto de amor. Como un acto de fe.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios