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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

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Jerez: brindis 'in memoriam' Manolo Soto de la Calle

Pie de foto: Manuel Soto de la Calle, un ejemplar cofrade que acaba de subir al cielo.

Pie de foto: Manuel Soto de la Calle, un ejemplar cofrade que acaba de subir al cielo.

Inicio de verano del año de gracia del Señor de 1989. La Hermandad de las Cinco Llagas, con Pepe Pérez Raposo presidiendo la cofradía en su calidad de hermano mayor de la corporación, se hallaba inmersa en la celebración del cincuentenario de la reorganización. La denominada junta directiva juvenil de la señera cofradía de San Francisco trabajaba a destajo -a pleno pulmón-, bajo las directrices marcadas por la Junta de Gobierno, en aras todos de desarrollar un intenso programa de actos que a no dudarlo aportó interesantes propuestas como aquella inédita -hasta la fecha- exposición de cruces de guía y faroles de todas las instituciones cofradieras de la ciudad, iniciativa a la sazón montada para dicha efeméride -bajo la dirección artística de José Ramón Fernández Lira- en la amplísima sala del Callejón de los Bolos. Allí echamos algunos horas y deshoras tanto en lo concerniente a las labores de montaje como de turnos de vigilancia. Sarna con gusto no pica y la ilusión depositada por los cofrades de las Llagas -dícese no sólo los veteranos sino a su vez los chaveas de aquel feliz grupo joven tan dinámicamente coordinado por el entonces secretario de la Junta de Oficiales y posteriormente (y durante dos muy fructíferas etapas diferentes) gran hermano mayor de la institución Juan Lupión Villar- hizo posible cuanto a priori parecía una quimera no exenta de innúmeras dificultades de toda índole. Empero el resultado final mereció con creces la pena. Aquella actividad -amén los cientos y cientos de cofrades que la visitaron- cosechó todo un rotundo éxito habida cuenta no sólo colocó, en ordenada simetría, todas las cruces de guía de las cofradías de Jerez, sino también el atractivo a la misma vez y en dicho aforo de una exposición fotográfica de instantáneas históricas de la entidad franciscana -pertenecientes a la colección de Eduardo Pereiras- y asimismo el añadido de unos pasos de miniatura realizados por niños más o menos duchos en este encomiable menester.

Pues bien. A finales de la década de los ochenta del pasado siglo, ya se sabe, las comunicaciones digitales brillaban por su remota ausencia. Nada hacía presagiar ni entonces ni durante muchos años más tarde la revolución de las nuevas tecnologías. Internet no gravitaba ni en el pensamiento de sus padres inventores. Los teléfonos móviles sólo serían permitidos en el ejemplar único del zapatón de Mortadelo. Los correos electrónicos ni estaban ni se les esperaban, como al ínclito en el Palacio de la Zarzuela la noche del 23-F. La Era Digital sonaba a dibujos animados de ‘Los supersónicos’. Organizar cualquier acto de tamaña envergadura suponía, para las cofradías, toda una proeza. Había que calzarse botas de siete leguas. Las cruces de guía de aquella exposición de las Cinco Llagas que tuvo lugar en 1989 llevaban adjuntas a cada admirable pieza artística una ficha con los correspondientes datos del autor de la misma, fecha de estreno, curiosidades, etcétera. Recabar esos datos no fue tarea fácil. Asumieron tal tarea los chiquillos del mencionado grupo joven. Se dividieron por parejas para asignarse un número de varias cofradías. Esto es: visitarlas a pie de obra, sobre el mármol de sus iglesias o las losas de las Casas de Hermandad, y allí, con más cortedad que desparpajo, preguntar por aquel que supiese los datos históricos y artísticos de la cruz de guía en cuestión.

Un servidor -con apenas dieciocho años a la espalda- jamás podrá olvidar la visita a tales efectos a la Casa de Hermandad del Desconsuelo. Aquello fue un oasis de hospitalidad. De exquisita acogida. De trato cariñoso a la enésima potencia. Deslumbrado por la riqueza patrimonial que los altos techos abrigaban en sus vitrinas, y apabullado por la sencillez de aquellos cofrades tan experimentados y tan afectuosos a la vez, enseguida nos ofrecieron a mi acompañante y a mí -en repetidas ocasiones- “un tintito”. Rechazamos la inicial invitación que a la postre derivó en una coca-cola y en una charla la mar de enriquecedora. Quienes nos atendieron fueron los hermanos Soto de la Calle. ¿He dicho algo? Pues bien: allí nació una amistad con Manolo, con don Manuel Soto de la Calle, que luego, andando a paso quedo los años, fue acentuándose por mor de su pertenencia casualmente a la Hermandad de las Cinco Llagas y por nuestros fluidos encuentros en la cosa cofradiera. En las Cinco Llagas siempre se le dio a Manolo su sitio como hermano antiguo y además colaborador en aquello que puntualmente se le solicitaba. La modestia de su inmensa categoría personal prevaleció inalterablemente en las coordenadas de esa personalidad tan bonancible. Tan atenta, tan educada, tan cariñosa. Tan tenaz.

A su Hermandad del Desconsuelo se entregó a manos llenas. Y no sólo cuando ocupó el cargo de hermano mayor sino indistintamente a lo largo de tantísimos años en calidad de miembro oficial de esta cofradía que hace estremecer al barrio de San Mateo cada tarde noche del Martes Santo. Todos los hermanos mayores que le sucedieron en el desempeño del manejo de la vara dorada han respetado y otorgado el lugar -y no sólo por protocolo- que corresponde a Manolo. Y es que todos los hermanos mayores de los Judíos han asumido el sentido institucional para con quienes fueron sus antecesores. Signo a las claras de la razón de ser del canon no escrito para las formas -que, según el ejemplar Juan Delgado Alba, es lo único que jamás deben perder las cofradías: las formas-. Manolo Soto ha subido al cielo precisamente en horas de vísperas de juguetes y algarabía infantil sonriendo en las casas de los jerezanos. Manolo, que fue un regalo sin precio en la mágica admiración de los cofrades de Jerez, acaba de reencontrarse con la gente del Desconsuelo que ya habitaban en una Casa de Hermandad sin tiempo. Allí todos han brindado con “un tintito” por la certeza de la vida eterna.

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